Me ha sucedido algo extraño y me gustaría contarlo, ayer
comí macarrones con Albert Einstein.
Estoy en un congreso de trabajo, venta de abrasivos en grano
al por mayor. Me alojo en un hotel con todos mis colegas y nos reunimos para
comer en un amplio salón. Nuestro estilo es más de bromas y guerras de
servilletas que de algo serio, pese a nuestras recias voces de vendedores. Ayer
bajé a comer solo, pues mi mujer no podía dejar su tienda de bisutería hasta
mañana cuando llega la nueva dependienta. En el comedor se sentó frente a mí un
hombre de largos cabellos blancos y aire familiar.
-¡Eh, usted es Albert Einstein! –le dije mirándole
sorprendido.
-Ssssh… sea discreto –hizo una pausa y agregó- : estoy de
viaje experimental por el tiempo.
-¡Fascinante! –afirmé con un humilde gruñido-.Entonces era
cierta su teoría sobre los agujeros de lombriz.
-Natürlich, mein Freund –Su acento alemán sonaba áspero, con
tono de matraca. Nos sirvieron el primer plato, macarrones a la carbonara que
Einstein atacó con avidez. Eso de ser viajero en el tiempo debe dar apetito-.
Los agujeros de lombriz o de gusano son atajos a través del espacio-tiempo
–prosiguió Einstein-, lo que pasa es que nadie se atrevía a meterse en ellos
hasta que yo le eché huevos… con perdón de la expresión.
Acentuando la sensación de viaje temporal, los alumnos de una cercana escuela de
swing invadieron la plaza frente al
hotel. Bailaron un boogie-woogie de las Hermanas Andrews y yo me sentía como en el Times Square de 1945
celebrando la victoria.
-¿Y le gusta viajar en el tiempo, profesor?
-Bueno… todo es relativo, como suelo decir –Einstein abrió
un lenguado como un libro manejando diestramente la paleta de pescado-. Un
turista temporal tiene dos espacios temporales simultáneos: uno donde aparece
un turista del tiempo y otro donde no aparece. Ja, es complicado…
-¿Podría avanzarme algo sobre el futuro, profesor? –agregué
impaciente.
-No sería prudente –repuso Einstein chupando las espinas del
pescado-. Demasiada información podría alterar acontecimientos posteriores.
-Venga, algo sencillo –insistí-. Por ejemplo… ¿qué nos
servirán mañana en el menú?
-Paella –dijo solemnemente el profesor. Terminó el flan de
dos bocados y apuró el café.
- Un placer conocerle. Ach so! –dijo consultando el reloj- .Tengo
el tiempo justo de tomar el agujero de lombriz para el futuro de las 14.30 – y
se fue a toda prisa eclipsándose entre los bailarines que llenaban la plaza.
Hoy ha llegado en su coche Viperia, mi mujer. Hace su
entrada triunfal en el hall del hotel con sus pantalones negros excesivamente
ceñidos, enorme pamela azul, zapatos transparentes de plástico y su maletín de
nylon Le Sac; su conjunto de viaje. No puedo esperar un segundo más:
-Ayer comí macarrones con Albert Eistein.
Levanta mucho la nariz como diciendo: “¿Estás borracho o qué?”
y suelta su típica y ensordecedora carcajada. Nunca me cree cuando me sucede
algo fuera de lo común. ”Si es que eres un pardillo” –me dice- “Oyes que los
elefantes vuelan y miras hacia arriba”.
Viperia aún se está
enjuagando las lágrimas de la risa cuando entramos en el comedor. Hay más ajetreo de lo habitual. Por las
ventanas redondas de la puerta de la cocina se percibe el humo y la tensión, y
no paran de salir camareros sofocados llevando enormes recipientes con asas. Se
me ilumina el rostro al ver el cartel:
-Mira, Viperia: ¡Hoy, paella! Ayer me lo predijo Einstein.
¡Me dijo que servirían paella!
Viperia parece titubear un momento y luego estalla en
carcajadas. ¡Cómo ríe! Sus pendientes Tous de
cuarzo rosa empiezan a oxidarse de tanto que abre la boca.
-¡Ja, ja, ja!!! ¡Pues
claro! Hoy es jueves ¡Y LOS JUEVES SIEMPRE SE SIRVE PAELLA, SO MEMO!!! Mira que
llegas a ser primaveras…
Las risas de Viperia aumentan una octava y parecen relinchos sincopados. Dos
camareros, al volverse a mirarla, chocan
entre sí dejando caer una paella con un estruendo infernal. Un informe amasijo de arroz, gambas y
calamares queda en el suelo.
Y dado que el peso
específico de las carcajadas jocosas es menor que el aire, Viperia se eleva y
se aleja volando, como un personaje de la película Mary Poppins. Pido una cerveza a
un camarero.
-Ríe… ríe todo lo que quieras, Vipe. ¡Ayer comí macarrones
con Einstein! No conseguirás aguarme mi momento de gloria.
FIN
LOS JUEVES, PAELLA.
Eso es cierto, en la mayoría de restaurantes españoles incluyen la paella en el menú de los jueves ¿Y porqué ese día? La teoría que se suele considerar más fiable es que el servicio solía librar los jueves, la criada dejaba preparada la noche anterior el sofrito -¡Nunca con cebolla, sacrilegio!- para que la señora de la casa no tuviera más que echar el arroz y el agua y en 20 minutos ya estaba la paella lista para comer.
Y mira por donde, me ha caído una portada que no me esperaba. Tiburón, el libro de aquel lejano verano del 75.
"-Todos ustedes me conocen. Saben cómo me gano la vida. Atraparé a este bicho, pero no va a ser fácil. Es un pez malo. No es como ir al lago a pescar bacalaos y abadejos. Este tiburón los tragaría enteros. Los sacudiría un poco, los mordería un poco y se los tragaría. Hay que matarlo rápido para que regresen los turistas. Eso les dará ganancias a todos sus negocios. Pero no va a ser fácil. Mi vida vale mucho más." (Quint. Robert Shaw, en la película de Spielberg)