Onán había conocido a una mujer interesante, marchante de
arte, que le invitó a cenar y admirar su colección privada. En ese momento
experimentó el escalofrío que presagiaba una conquista sexual.
Onán no esperaba que ella fuera el tipo de anfitriona que al
recibirte para una cena te mete la lengua hasta la garganta antes de preguntar
si vas a tomar una copa. Tenía una gracia aniñada y prendas de encaje color ala
de mosca que se fue quitando una por una, y ahora allí estaba desnuda, tumbada
en un sofá de cuero con los ojos cerrados. Caderas de culebra y altivez de
dromedario. Olía a claveles.
Onán se puso encima. Entonces él levantó la mirada mientras
acometía contra ella. En la pared de enfrente había un Cristo bizantino de
tamaño natural colgado de una cruz dorada. Parecía tener los ojos abiertos y le
estaba mirando fijamente.
Falló una acometida. “¿Qué pasa?”, preguntó ella.
“No es más que una gran cruz”-pensó Onan, pero los ojos del
crucificado parecían crecer, palpitar. Esos clavos sangrantes, todos esos
espinos. Allí colgado en la pared, mirando, mirando…
Onán la sacó y en ese momento eyaculó. “Siento mancharte la
alfombra” –fue lo único que se le ocurrió decir. Se subió apresuradamente los
pantalones y salió por una puerta trasera.
Cuando llegó a su casa Onán se sentía extrañamente fuera de
lugar, como un pigmeo entre enanos. Había un hombre sentado en el sofá. Se
presentó: “Soy Dios”.
A Onán no le pareció extraño que tuviera acento argentino ni
que llevara una camiseta del San Lorenzo. Dios se levantó del sofá.
-¿Pero qué hiciste, pelotudo? Has cometido una terrible
falta, Onán. ¡Has derramado tu simiente!!!
Entonces Onán cometió un grave error; intentar hacerse el
ocurrente con Dios.
-¿Mi simiente? Bah, no importa… ¡Tengo más!
-¡Sonaste, Maneco! –tronó Dios y de su dedo índice salió un
potente rayo que fulminó a Onán.
De Onán sólo quedó un montón de cenizas humeantes. La voz de
Dios resonó por todo el edificio.
-Si yo venía de buenas… ¡Pero es que estos mortales me rompen
las bolas, cheee!!!!
FIN
COSECHA NATURAL
Y hablando de simiente... me han regalado un curioso libro Natural Harvest (Cosecha propia) del chef Paul Protenhauer; un recetario con un ingrediente común: el semen. Dice su autor: El esperma es nutritivo, tiene una maravillosa textura y propiedades sorprendentes en la cocina. Además, es un ingrediente barato de conseguir...
Yo soy un cocinero mediterráneo a la antigua y no me atrae
condimentar los platos con mi ADN. Por supuesto que uso crema de leche para
cocinar pero de la envasada y con recetas como esta para alegrar un triste bistec solitario:
BISTEC CON SALSA DE ANCHOAS
Freír el bistec al gusto por ambos lados y reservarlo en un plato.¡Sin sal! Las anchoas ya la llevan. En el mismo aceite pero a fuego muy lento añadir 6 filetes de anchoa, un poco de mantequilla, y con un cucharón de madera aplastar los filetes hasta deshacerlos.
Añadir 200 ml. de crema de leche (un brick pequeño) y remover hasta formar una crema de color tostado que se vierte sobre el bistec.
Lo acompañé con unos cogollos aunque también quedan bien las patatas fritas. Hala, un plato sencillo, sabroso y sin recurrir a la Lefa cuisine.
UN PLATO DE PESADILLA
Me encargaron una portada de El invitado de Drácula, el primer capítulo de la celebre novela de Bram Stoker que su editor suprimió por considerar que alargaba demasiado la trama, pero años más tarde lo incorporaron en algunas ediciones. Para inspirarme me preparé este plato de cangrejos de río con salsa de tomate picante al vino blanco. Según cuentan, después de cenar este plato, Stoker sufrió una pesadilla que le inspiró su célebre Drácula. No surtió mucho efecto pues de aquella noche sólo recuerdo un extraño sueño con pingüinos que no tenía que ver mucho con el tema. Luego el editor me fastidió la portada al empeñarse en incluir a la derecha la foto de un relieve de piedra del auténtico castillo de Drácula en Bran, Rumania (el de la foto que sale en la cabecera de mi blog) con lo que quedó bastante pegote. Bueno, al menos los cangrejos salieron buenos.