Por fin llegó el día en que iba a conocer a Elsa, la
compañera que el Dr. Frankenstein había creado para mí. El doctor me esperaba
en el salón, me obsequió con un puro y apareció Elsa del brazo del profesor
Pretorius. Estaba preciosa con aquel vestido- mortaja blanco diseñado por el
propio Pretorius. El profesor tenía los ojos húmedos. “Siempre lloro en las
bodas” –se disculpó.
Nos hicieron esta foto. Elsa pone una cara como de susto.
Quizás eran los zapatos pues no paraba de quejarse de que le hacían daño. Poco
después ocurrió un feo incidente, como un mal augurio de lo que más tarde me
esperaba. Iban a dar las doce cuando entró Igor con una enorme tarta. Al sonar
la primera campanada el zopenco del jorobado se asustó y dejó caer el pastel
que se espachurró sobre el suelo. El doctor la emprendió a latigazos con Igor
gritándole: “Torpón”, “Manos de trapo” hasta que le rogué que se detuviera para
no ensombrecer un día tan señalado.
Brindamos y nos condujeron a un cuartito donde Elsa y yo
estaríamos solos. Habían tenido el detalle de retirar las telarañas y colocar
una cubitera con una botella de champagne. Prometía ser una velada inolvidable
pero mi decepción fue mayúscula al descubrir que Elsa… no era virgen.
A la mañana siguiente el Dr. Frankenstein se sorprendió al
verme sentado solo en la mesa de la cocina frente un café y a una hora tan
temprana. Le referí lo ocurrido la pasada noche omitiendo detalles escabrosos.
El doctor me escuchaba con una sonrisa comprensiva, casi paternal, mientras
removía su café.
Aproveché su aparente buen humor para preguntarle si en un
plazo de tiempo razonable podría fabricarme otra compañera. El Dr. Frankenstein
soltó un bufido:
-¿Pero tú te crees que los cadáveres recientes se encuentran
en la tienda de la esquina?
Es sabido que el origen de Frankenstein se gestó en la famosa reunión de 1816 en la Villa Diodati. Los presentes -Lord Byron, Polidori, Percy y Mary Shelley- mataron el aburrimiento de un año sin verano escribiendo relatos de terror. ¿Pero qué hubiera pasado si...?
Un dato curioso: James Whale, director de Frankenstein (1931) con Boris Karloff, ex combatiente de la Primera Guerra Mundial y un magnífico pintor, se inspiró en el casco alemán para el diseño de la criatura. Concretamente en los remaches metálicos a los lados que Whale convirtió en electrodos para recibir las descargas eléctricas que darían vida al monstruo.