Malta Lúpulo tiene mucha sed y ninguna cerveza en la nevera,
así que sale al aire sofocante de ciudad, lleno de olores desagradables y
música tribal.
Su local favorito –el Bar Bitúrico- cierra en agosto, y el
único que encuentra abierto por los alrededores es uno que hasta ahora había
evitado por su nombre de payaso de un circo cutre: Bar Kokó. El nombre de los
bares es importante para Lúpulo. Entra en el bar desierto. El dueño, apoyado
sobre el mostrador con un brazo formando una L, tiene el aspecto enfermizo de
alguien que acaba de viajar 100.000 años luz por el espacio en clase turista.
-Hola. Una cerveza,
por favor – dice Lúpulo. Despacio, muy despacio, el dueño alza la cabeza y
emite un gruñido poco alentador.
“Qué sed”, piensa Lúpulo sentándose en un taburete frente a
la barra sintiendo el cosquilleo de las cansadas piernas.
El dueño coge una jarra, le pasa un trapito con parsimonia y
la coloca bajo el surtidor, pero al bajar el pedal se oye un quejumbroso
sonido.
-Se ha terminado el
barril. Voy a buscar otro al almacén.
-Da igual –se
apresura Lúpulo-, tomaré una mediana.
-No están frías, la
nevera no funciona bien.
El dueño desaparece por una puerta. La sed sume a Lúpulo en un
estado de ánimo apagado y somnoliento. El dueño tarda. Lúpulo pasea la mirada
por el local, por cada ladrillo, cada trozo de pintura descascarillada, los
apliques de hierro, la barra pegajosa de cerveza en la que apoya los codos. Al
fin reaparece el dueño resoplando con un barril de 20 litros. Agarra el
manguito del surtidor y lo ajusta a la válvula del barril. Echa unas tiradas de
espuma en un gran vaso hasta que empieza a salir cerveza. En ese momento entra
en el bar una estampida de rubicundos turistas gritando algo parecido a
Sangría, Please!!! Arrasan con las sillas, se suben a las mesas, se zarandean,
se pegan entre ellos y de pronto se van dejando a uno muerto; se ha desnucado
al caer de la mesa.
El dueño del bar, que ha contemplado toda la escena con la
mano apoyada en el tirador, deja escapar un suspiro, empuña una escoba y barre
el cadáver hacia la calle. Luego se queda pensativo como intentando recordar
qué se proponía hacer.
-La cerveza –… susurra Lúpulo.
El dueño vuelve a ponerse tras la barra. Llena con eficacia una
jarra, la deja sobre un charco de cerveza,
y como en una película a cámara lenta la jarra se vuelca sobre el
fregadero.
“Esto ya es demasiado”, piensa Lúpulo. “Tendría que irme o
decir algo pero cuando topo con la mirada amorfa del dueño me quedo mudo, a
saber porque.”
¡Por fin! El dueño le sirve su cerveza. Lúpulo se la bebe en
dos tragos. Cuando deposita la jarra sobre la madera un espasmo de aire turbio
le cosquillea la garganta. Deja suspendida la mirada sobre una bandeja de
salchichas, cilindros cartilaginosos que nadan en un mar caliente y triste. Le
viene una arcada y el dueño le dice:
-Son tres con
cincuenta –y Lúpulo estalla.
- ¡Para cobrar sí que
te das prisa, cabr… Broaajjsss…!!!
Lúpulo no termina su frase. Vomita ruidosamente sobre la
camisa del dueño del Bar Kokó.
¡ESTA PELÍCULA ES LA CAÑA!