Selene no se arrepiente de haber enviado a paseo a aquel
imbécil del Opel azul que la había llevado a esa horrible discoteca de
polígono, sólo lamenta haberse quedado sin medio de transporte. Se dirige hacia
la carretera y se detiene junto a una parada de autobús. No sabe cuánto tiempo
tendrá que esperar pues alguien ha arrancado el cartel con los horarios.
Poco después aparece al otro lado de la carretera un viejo
enjuto con un sombrero cordobés. Despliega una silla de tijera, coloca un plato
de hojalata junto al arcén y se pone a tocar unas castañuelas. “Ese viejo debe
estar loco –piensa Selene-. Mira que ponerse junto a la carretera
en medio de ninguna parte…” El viejo canturrea con tono monocorde:
-Diecisiete, diecisiete, diecisiete…
-Está como una chota –murmura Selene -. No creo que le echen
muchas monedas.
Pasa el tiempo y el autobús no aparece. Aunque ya ha
oscurecido el calor no afloja. Selene nota la nuca pegajosa de sudor y se
recoge el pelo en una improvisada coleta. El viejo sigue con su solitaria
actuación:
-Diecisiete, diecisiete, diecisiete…
Un soñoliento tábano pasa muy cerca de la cara de Selene. Lo
ahuyenta agitando su bolso en el aire. Selene contempla al viejo que deja por
unos segundos de tocar las castañuelas como si estuviera a punto de desfallecer
pero de repente, como un muñeco al que acaban de dar cuerda, sigue
repiqueteando las castañuelas con renovado brío. Selene pasa del asombro al
fastidio cuando le oye recitar: “diecisiete, diecisiete, diecisiete…”
Media hora después
Selene pasea nerviosa y sofocada alrededor de la parada. Pasa muy cerca de ella
un coche tuneado con tres chicos dentro que le gritan groserías. Uno de ellos
la señala e imita con gestos el sexo oral.
-Diecisiete, diecisiete, diecisiete…
-Diecisiete, diecisiete, diecisiete...
Selene cierra con
fuerza los puños. Sus dientes chirrían. Grita furiosa:
-¡Cállese de una puta vez!!!
Selene queda cegada por un súbito resplandor de película
quemada. Un camión de potentes faros la embiste lanzándola a una docena de
metros de distancia. Su cuerpo aterriza sobre la carretera formando un charco
de sangre color rojo intenso.
Tres días después un joven de aspecto extranjero deja su
pesada mochila al lado de la señal de la parada de autobús. Mira con aprensión
las señales de sangre seca sobre el asfalto y luego se fija en un viejo con
sombrero cordobés sentado enfrente, al otro lado de la carretera. Repica unas
castañuelas y empieza a canturrear:
-Dieciocho, dieciocho, dieciocho…
FIN
Hace cuatro años publiqué estas viñetas preparando con mi madre la comida de Navidad. Ya no está conmigo y hecho mucho de menos aquellas maratonianas noches, los dos en la cocina.
LA RECETA: MATAMBRE A LA LECHE. Foto: Silvina. Receta uruguaya. Cuando fui a una carnicería argentina de mi barrio y vi la pieza me dije: "¡A dónde voy con eso!" me pareció enorme, pero el matambre tiene mucha agua y se reduce al cocer.