La terraza del hotel
es tan diminuta que se presta a la confidencia. El hombre que se ha presentado
como restaurador ha bebido mucho vino durante la cena y, aparentemente, tiene
muchas ganas de hablar.
-Yo me he metido varias veces en el interior de un cuadro
–dice mientras enciende un puro que ilumina su cara surcada por arrugas-. Sí,
literalmente.
Cuando veía un cuadro
que me gustaba de manera particular me ponía frente a él y me concentraba como
un equilibrista que se dispone a caminar sobre una cuerda.
La primera vez que lo conseguí fue en un cuadro de Gauguin.
Una de esas acuarelas con playas y
palmeras. Me sumergí en aquella pintura y fue una sensación incomparable… yo me
convertía en un personaje de carne y hueso en el interior de aquel lienzo y todo
cobraba vida: las siluetas de las nativas de La Martinica empezaban a moverse y decían algo en lengua
criolla hablando entre sí. De repente noté como si me estuviera fundiendo entre
una capa de óleo, así que me impulsé con todas mis fuerzas y salté afuera del
cuadro antes de quedar retenido para siempre como un personaje más del lienzo.
El restaurador se acomoda haciendo crujir la silla. Su
cuello se tensa y la cabeza calva me hace pensar en una tortuga asomando por el
caparazón.
No siempre fue tan agradable –continúa el restaurador-. Una
vez pillé una pulmonía al sorprenderme la tramontana en una playa ampurdanesa
pintada por Dalí.
El restaurador se pone en pie. Hasta ahora no me había dado
cuenta de que era muy bajo. Lo justo para no ser considerado enano.
-Bueno, me he dejado llevar y he hablado mucho… ¡Buenas
noches!
A solas en mi
habitación no dejo de darle vueltas a la historia del restaurador y se me hace
muy difícil conciliar el sueño. Abro mi bolsa de viaje y saco uno de los libros
que siempre llevo conmigo: La torre del homenaje de Lampedusa. Abro una página
al azar y me invade una brisa ligera como el movimiento de una capa de seda. Es
la escena del banquete del rey Dagoberto en un valle rodeado de pinos. Me he
introducido en el libro. Mis dientes se hunden ávidamente en la carcasa del
cordero asado fundiéndose en mi boca y goteando por la barbilla. El rey
Dagoberto, que aprecia a los que disfrutan con la buena mesa, sonríe y ordena
personalmente que me sirvan más vino. Es un borgoña con destellos rubíes,
vigoroso, aunque algo áspero para mi gusto.
FIN
Los avances científicos del PROFESOR SIBELIUS:
Una vez entré en un bar donde no había estado nunca. Estaba
bastante borracho. Me senté a la barra y pedí un gin tonic. Delante de mí había
un espejo muy limpio, cosa me que extrañó mucho porque jamás había visto un
espejo de un bar tan impoluto. Los espejos de los bares suelen reflejar la
suciedad, no solo del bar, sino también las vidas de sus parroquianos. El camarero
iba pasando por allí y detrás de él se reflejaba el bar que tenía yo a mis
espaldas. Se veían las mesas con las parejas bebiendo; los cuadros de las
paredes; la máquina tragaperras; el paki vendiendo rosas, la subsahariana con
la cesta en la cabeza vendiendo elefantes de la suerte... De repente me
atraganté con el gin tonic. ¡Yo no me reflejaba en el espejo! ¡No estaba allí!
No me había dado cuenta hasta ese momento. Estaba tan limpio el puto espejo que
no paraba de admirarlo y no recaí que no me reflejaba.
Señalé con mi dedo al
espejo y grité que yo no estaba allí. Se me acercó el camarero enfurecido.
- ¿Pero no lo ves? ¡No me reflejo en el espejo!
- ¡Pero de qué coño hablas, chiflado!
- ¡El espejo! ¡El espejo!
El camarero miró a sus espaldas y luego se giró hacia mí.
- ¡Pero si aquí no hay espejo, idiota!
Entonces me di cuenta de que aquella barra estaba situada en
el centro del bar que se dividía en dos partes. Pagué y salí a la calle. Le
compré una rosa al paki y me la puse en el ojal y un elefantito a la
subsahariana para que me diera suerte, que buena falta me hacía por aquel
entonces.
FIN
Estas ilustraciones son un encargo para una musical que se
tenía que estrenar este mayo en el Teatro Romea de Barcelona por los 100 años
del nacimiento de Boris Vian. Se publicarían en el libreto que se entrega a los
espectadores pero claro, el estreno se ha aplazado sine die.
Lástima me habría gustado ver en escena el Piano.Cóctel. Aparece en el libro de Vian La espuma de los días. Un instrumento que prepara bebidas mientras el pianista toca música.
Y este cerdito japonés tan simpático nos presenta la receta:
CHULETAS CON MANZANAS
Sofreír las chuletas, reservarlas en un plato y sazonar con sal y pimienta.
En el mismo aceite pasar las manzanas (recomiendo las golden) con piel y cortadas a láminas.
Cuando se vean doradas añadir las chuletas, 1 vaso de vino blanco, tapar y cocer con el fuego al mínimo 15m.
Quedan muy bien acompañadas de puré de patatas.