LA METAMORFOSIS SEGÚN MELMOTH
Gregorio Asmas había permanecido otra noche en vela debido a
su cada vez más incipiente insomnio. La pálida luz del alba empezaba a
filtrarse a través de la persiana de su habitación y él seguía siendo un
monstruoso hombre. Por lo tanto, le tocaría de nuevo quedarse encerrado en su
cuarto durante todo el día.
La noche que quedaba atrás había sido muy movida. Como cada
noche, Gregorio Asmas había salido de su habitación para estirar las piernas aprovechando
que sus padres y su hermana dormían en sus habitaciones. Gregorio aquella noche
se encontró con una ingrata sorpresa. De debajo de la mesa salió
precipitadamente una grotesca sombra cheposa, corriendo a cuatro patas buscando
el refugio del sofá para ocultarse. Reconoció de inmediato que se trataba de su
madre. Las dos antenas de su cabeza sobresalían por encima del sofá moviéndolas
de tal manera que daba la sensación de que intentaba con desesperación capturar
señales de otro mundo. Gregorio se quedó paralizado del susto al no esperarse
encontrar a esas horas de la noche a su madre debajo de la mesa y con la luz
apagada. Automáticamente miró hacia arriba y allí estaba su padre pegado al
techo en un rincón y sin moverse, como un siniestro arácnido surgido de la
imaginación más enfebrecida de un trastornado.
Gregorio subió por
las escaleras de dos en dos directo a su habitación. En el pasillo se topó
bruscamente con su hermana. El ortóptero con sus antenas cortas apenas se movía
en mitad del largo y estrecho pasillo. Su hermana allí estaba de pie perfilada
y contrastada con la macilenta y enfermiza luz artificial que penetraba por la
ventana ubicada al final del pasillo. Gregorio se introdujo en su habitación y
se metió en la cama, y allí, seguía todavía, pero con los latidos de su corazón
más apaciguados. La puerta se abrió muy despacio hasta dejar entrever un par de
brazos verdes y con forma de sierra para depositar la bandeja del desayuno en
el suelo. Era su hermana; el único miembro de la familia que todavía se atrevía
a cuidarle. Las patas desaparecieron de su vista. Se levantó de la cama y
entreabrió un resquicio de la ventana para ver el exterior. Había empezado el
trajín cotidiano y obediente de los coleópteros, ortópteros, dípteros,
isópteros, himenópteros, lepidópteros, hemípteros, odonatos, en fin, toda esa
amplia gama de artrópodos hexápodos que la desquiciada condición social había
llevado a cabo a lo largo de su experimental Historia. Gregoria Asmas no sentía
ningún tipo de amenaza. El mundo de los insectos, simplemente, aguardaba con
paciencia la inminente transformación de Gregorio.
FIN
Este es uno de mis más oscuros relatos:
-¿Dónde estás, Jorge? ¿Jorge?
-Sí, soy yo –dice Juan desde el umbral.
-Pasa, pasa y siéntate -. Elena es ciega. Desplaza su cuerpo
medio abrasado en una silla de ruedas -. Pasa y cierra la puerta.
Cuando Juan cierra la puerta el viento agita un periódico
como un ave moribunda sobre la alfombra.
El timbre del teléfono suena. Elena coge el auricular desde
su silla de ruedas.
-¿Eres tú, Elsa? ¡Qué alegría! ¡Qué ganas tengo de verte ¿Ahora?
¡Magnífico! Dile al profesor que también puede venir y traerse a su amiguita.
Nos divertiremos.
Juan lanza una rápida mirada hacia la puerta.
-Escuche –dice a la mujer -. ¿No oye nada?
-Vendrán Elsa y sus amigos –dice Elena -.Gente muy
simpática. Te gustarán. ¿Tienes hambre? Abre una lata de atún.
Juan abre una lata. El atún desprende un olor marítimo,
fresco y jubiloso.
-¿Quién eres tú? –pregunta una joven desde lo alto de la
escalera que conduce a la segunda planta. Es morena y guapa. Su único defecto
visible es un muñón descarnado.
-¡Elvira, es Jorge! ¡Ha vuelto! Jorge, ella es Elvira.
-Elvira –dice Juan -¿No oyes voces? ¿Gritos? Vendrán, no sé
porque pero estoy seguro.
-No -. Elvira escucha atentamente. Ahora se oye un coche
detenerse.
-Son ellos –anuncia Elvira como si dijese: “No te asustes.
Sólo son ellos”.
-¡Elena! –Exclama nada más entrar el profesor. Su traje
almidonado le mantiene rígido pero su nariz ha desaparecido y el corroído labio
superior deja al descubierto sus mandíbulas.
-¡Ya estamos aquí! –dice Elsa. Sus brazos fláccidos
cubiertos de escamas se bambolean caprichosamente.
-Creo que no conoces a mi amiga Eva –dice el profesor.
-Buenas noches, Elena –saluda Eva. Una oleada de perfume
caro acompaña sus palabras. Es una joven atractiva pero a través de su piel
azulada y transparente se le ven las vísceras.
-¡Elvira! – dice Elena-. ¡Trae la baraja! ¡Vamos a jugar!
Elsa empieza a subir la escalera. Se dirige a Juan:
-Sube, Jorge, por favor.
Elsa y Juan se sientan en la cama de un dormitorio del
segundo piso.
-Verás, Jorge -empieza Elsa-. Yo…
-No soy Jorge –dice Juan.
-Ya lo sé –dice Elsa-. Todos lo sabemos. Jorge murió. La
bomba…
-La bomba acabó con todo.
-¡Falta un as! –Oyen ahora la voz del profesor.
-Jorge… Juan, yo… te quiero –susurra Elsa. Los gritos de
Elvira la interrumpen:
-¡Oigo a los hombres! ¡Vienen los hombres!
Juan parece sentirse acorralado. Está dejándose llevar por
el pánico mientras por las calles lúgubres y vacías corren hombres
uniformados disparando nubes de color verde.
Juan y Elsa descienden la escalera. Todos miran hacia el
exterior por la puerta entreabierta.
¡Venga, que empiece la partida! -les apremia Elena-. Cierra
la puerta, Elvira.
Antes de cerrar la puerta Elvira dice:
-¡Otra vez están fumigando la zona!
NOTA ACLARATORIA:
Todos los personajes de este relato son cucarachas.
En primer plano: Jorge-Juan. De izquierda a
derecha y de arriba a abajo: Elena, Elvira, Elsa, El profesor, Eva y
alguien no identificado.
FIN
¡AQUÍ ESTÁ FRODO!
RECETA: MACARRONES A LA MALLORQUINA (Tranquilos, no lleva escarabajos)
Sofreír tomates escaldados y pelados en una sartén con cebolla picada fina.
Añadir sobrasada, alcaparras, atún (opcional) y 1 vaso de vino blanco. Apagar el fuego cuando la sobrasada se vea blanda. Conviene que el atún no llegue a cocer pues quedaría seco.
Cocer los macarrones en agua salada, después de escurrirlos se mezclan con la salsa, se disponen en una fuente con queso rallado por encima ¡y a gratinar!