
Informe del capitán Julius Heide. 4 de agosto, 1944.
Mi coronel: la desaparición reciente de un pelotón de soldados alemanes mientras patrullaban en misión de vigilancia anti guerrilla por el monte Postavaru confirma el aumento de la actividad partisana en esta zona de los Cárpatos. Ayer llegué con mi compañía a la cercana aldea de Domogled donde el teniente Goetzi, de origen rumano, interrogó a algunos paisanos que nos informaron de un grupo liderado por un tal Gorsha que recorre las montañas de los alrededores. Parecen temerosos de ese Gorsha pues todos se santiguaban al pronunciar su nombre. Mañana a las 6 horas me dirigiré al monte Postavaru con la 1ª y la 2ª sección (68 hombres) con equipo completo, y dos perros rastreadores. El teniente Goetzi permanecerá con la 3ª sección en Domogled.
Heil Hitler!
La partida de los soldados es observada por el viejo Ion que se dirige, como cada mañana, a cortar leña. Corre apresuradamente a buscar a Goetzi pues ya sabe que puede entenderle:
-Teniente, escuche con atención pues de esto puede depender la vida de todos: si sus hombres regresan más tarde de las doce campanadas la tercera noche después de su partida volverán convertidos en… ¡wurdolaks! ¡La peor de las maldiciones caerá sobre este pueblo!
-¿Wurdolaks? ¿Vampiros? - Goetzi mira condescendiente al anciano mientras limpia el cañón de su pistola- Mire, abuelo: ahora no estoy para leyendas.
Tres días después, poco antes de las doce de la noche, un centinela se presenta ante Goetzi.
-¡Mi teniente! –un taconazo y-: Llega la unidad del capitán Heide.
El reloj de un monasterio cercano, lentamente, anuncia las doce. Apenas suena la primera campanada cuando el teniente ve salir del bosque al capitán que, seguido por los soldados, se aproxima a la aldea.
Goetzi se sorprende a sí mismo al experimentar un cierto alivio por el regreso de la tropa antes de finalizar el tercer día… ¿o quizás no? Han llegado justo al sonar las doce campanadas. ¡Y qué silencio! Normalmente regresan al campamento cantando algún himno militar. El teniente siente un repentino escalofrío e instintivamente acerca una mano a su pistola.
El reflector enciende destellos en los cascos de acero. Goetzi y el resto de los soldados miran con sorpresa y repulsión la cabeza ensangrentada que el capitán lleva en la mano.
-¡Aquí está Gorsha! –anuncia con una sonrisa triunfal que descubre unos enormes y afilados colmillos. Se acercan los demás soldados, todos con una espantosa mueca en los labios.
Unos meses después, un grupo de soldados rusos a los que sorprende una tormenta de nieve se refugian en el monasterio. Cuando los monjes les sirven té caliente les preguntan acerca de la aldea que se divisa hacia el bosque y responden que Domogled debe estar deshabitada pues no se ve a nadie durante el día.
-¿Y por la noche? –pregunta un siberiano de ojos oblicuos.
-No sabemos. Nadie se aventura por ahí de noche.
Y el cuervo dijo: ¡Multiplícate por cero!