Mi amigo Eliseo y yo nos hemos apuntado a un viaje
organizado Sodoma-Gomorra. Eliseo aparca su Citroen en el parking del hotel
Maná y nos reunimos con los demás turistas que aguardan al guía frente a la
Torre de los turcos, la entrada a las murallas de Sodoma. Un viento pesado
sopla desde el mar; el viento denso y sofocante del Mar Muerto.
Estando en tierras bíblicas nadie se sorprende demasiado al
ver que el guía es un ángel.
-No se separen del grupo. Por las ruinas hay alacranes y
perros salvajes –nos advierte-. Normalmente somos dos guías pero mi compañero
tiene hora con el ginecólogo.
-Si no es indiscreción… creía que ustedes no tenían sexo
–dice un turista francés.
-Pues sí, tenemos dos. Somos hermafroditas –aclara el guía y
se vuelve con un frú-frú de alas batientes-. Síganme, por favor.
Seguimos al guía que se alza cuatro palmos sobre el suelo.
No le hace falta enarbolar un paraguas.
Estas son las ruinas de Sodoma –nos informa el guía y señala
hacia oriente-. Y a unas tres millas las de Gomorra. La colina que se alza
enfrente es la que los árabes llaman Gebel Usdum o Monte de la Sal. Se supone
que es la estatua de la mujer de Lot, convertida en sal al girar la cabeza y
contemplar la destrucción de la ciudad.
Aparte de restos de muros de barro y ruinas de arcilla
cocida no había gran cosa que ver de Sodoma. Eliseo y yo nos volvimos a nuestra
habitación y, después de asearnos, fuimos a tomar una copa al San Vito´s, la
discoteca del hotel.
Disfrutando de su cóctel Margarita con mucha sal, Eliseo está
exultante pensando en el itinerario de mañana: “…porque de Sodoma se han escrito
muchas cosas, y vimos a los sodomitas en la película La Biblia de John Huston,
pero ¿y en Gomorra? ¿Qué había en Gomorra…?”
Nos acercamos a dos turistas australianas que también toman
Margaritas en la barra. La labia de Eliseo surte efecto enseguida y los dos se
retiran hacia los oscuros reservados del fondo. Yo no tengo tanto éxito con la
mía –pelirroja, cara de hámster delgado y cuerpo de hámster gordo- ha tomado
demasiados cócteles y al poco rato improvisa una almohada con los brazos sobre
la barra, acomoda la cabeza y empieza a roncar.
Súbitamente, una gran explosión y una gran llama
resplandeciente parecen caer del cielo sobre el Monte de la Sal. Un clamor de
voces asustadas parece surgir de todas partes. Eliseo y la australiana salen a
medio vestir del reservado.
-¡Al coche, Miquel! ¡Hay que largarse rápido de aquí!
Salimos a la carrera. Otras llamas se extienden aquí y allá
cercando el horizonte. Oímos al ángel lamentarse por encima de nuestras
cabezas:
-Ya vuelve a ocurrir –suspira-… cuando alguien la da al
foki-foki en esta ciudad se arma la de Dios. ¡Van a caer chuzos de fuego y
azufre!
Nos metemos precipitadamente en el coche de Eliseo. El ángel
nos advierte: “¡Pase lo que pase, no se vuelvan hacia atrás! “ Sus palabras
quedan ahogadas por el ruido del motor cuando Eliseo gira la llave de contacto,
pisa el pedal de embrague, mete la marcha y al iniciar la maniobra mira
mecánicamente por el retrovisor.
Eliseo se queda mudo, inmóvil, mirando sus piernas. Una
fragancia de salitre invade el interior del coche. Aulla: “¡No es justo! ¡No he
vuelto la cabeza, sólo he mirado por el retrovisor!!!” Se oye una voz de trueno
desde las alturas: “Hummm… es verdad.”
Y me desmayo.
El misericordioso Yahvé detuvo la salinización de Eliseo
cuando se había convertido en estatua hasta la cintura. Sólo puede estar
sentado y su vida sexual se ha visto seriamente mermada pero está bien de
salud. Hoy hemos ido al médico y se ha limitado a recomendarle una dieta baja
en sodio.
DORADA A LA SAL
Vale, es un rodaballo, pero es que no tengo ningún dibujo de
una dorada. Éste es uno de los platos típicos al que recurren los cocineros
aficionados cuando quieren causar buena impresión.
Necesitaremos sal especial para horno, de la gruesa.
Calentar el horno a 200Cº.
Coger una bandeja para horno y echar sal la justa para
cubrir el fondo y un chorrito de aceite de oliva para que la dorada no se pegue
a la bandeja.
Cubrir completamente las doradas con la sal y echar por
encima un vaso de agua para que la sal no se tueste demasiado. Introducir en el
horno y dejar cocer a 200ºC unos 30 minutos. Sacar del horno, romper la capa de sol con un cuchillo y… ¡ya está! Es
muy fácil. Recomiendo comer pronto la dorada para que la sal no penetre
demasiado en la carne y quede muy fuerte. Nada como una ensalada verde para
acompañar.
LA SUPERLUNA
¿Qué, vieron la gran luna del pasado día 14?