Tras dos años buscando piso se le quedó el cuello torcido hacia atrás.
Eso era una ventaja a la hora de saber qué tiempo haría, sin embargo no paraba de tropezar con obstáculos. Ella se alegraba porque había aprendido mucho de los pájaros: sus migraciones, sus sistemas de organización... cuando llovía no era tan agradable pues se le llenaban los orificios nasales de agua y tenía que parpadear constantemente para no quedar cegada por las gotas.
Ella se buscó un novio muy alto que la besaba desde arriba.
Y finalmente encontró piso, un ático, con claraboyas en lugar de ventanas.
FIN
MELMOTH: EL AMIGO IMAGINARIO
Ahora ya soy mayor y no sé si todo lo que me rodea es real o fruto de mi imaginación. Lo que hoy te quiero contar versa sobre el amigo imaginario en la etapa adulta. Sí, has leído bien, “etapa adulta”. Una vez tuve un amigo que se hacía llamar Buster. Tenía más de cincuenta años, estaba divorciado y vivía solo. Su vida era un desastre. Me hablaba constantemente de su otro amigo llamado Bob. A veces, cuando iba a su casa me decía que Bob acababa de irse y otras, que no podía quedar conmigo porque había quedado con Bob. Me lo estuve creyendo durante mucho tiempo hasta que empecé a sospechar que Bob podría ser fruto de su imaginación. Entonces empecé a verlo con otros ojos. Me daba un poco de miedo pensar que tenía un amigo imaginario a su edad. Empecé a reflexionar sobre el asunto. No me atrevía a decirle a mi amigo que Bob era fruto de su imaginación por temor a ocasionar un shock, como si despertáramos bruscamente a un sonámbulo. Quise cerciorarme de la existencia de Bob. Empecé a vigilar su puerta, oculto detrás de unos contenedores. Lo perseguía día y noche y le hacía fotos con mi móvil. Descubrí que era divertido y emocionante ante mi ambigua y aburrida vida y mi triste soledad.
Lo pillé. Mi amigo se encontró con Bob en la puerta de un café. Entraron. Me senté lo más cerca que pude escudado tras un periódico para escuchar sus conversaciones. Me quedé asombrado al comprobar que mi amigo no paraba de hablar de Jorge, es decir, de mí. Mencionaba mi nombre constantemente. Decía que yo era su mejor amigo. Bob le dijo que tenía ganas de conocerme. Estuve a punto de hacerme visible pero no me pareció oportuno. Mi amigo se despidió de él y me quedé allí para escuchar lo que decía Bob por el móvil después de que Buster abandonara el café. Habló con alguien y le dijo que mi amigo estaba como una chota y que le inquietaba saber que con la edad de Buster todavía andaba con aquel rollo del amigo imaginario. ¡Bob creía que yo era el amigo imaginario de Buster!
Nuestra relación llegó a su fin como llegan todas las cosas
de la vida. Buster encontró a otro amigo más acorde a sus nuevas necesidades, y
yo también. O quizá fuimos encontrados por ellos, quién sabe. Desde hace un
tiempo tengo la sospecha de que la mitad de este mundo extraño es fruto de la
imaginación de la otra mitad real que lo necesita. Tengo la extraña sensación
de que pertenezco a la primera, que de niño fueron mis padres, mis amigos, mis
profesores, incluido el psiquiatra, quiénes me imaginaron por necesidad
psicológica. Descubrir que he sido y soy imaginado y deseado por los demás me
causa una sensación mucho más placentera que si hubiese sido un ser triste,
ignorado y real.
FIN
FRODO Y SU HUMOR ARGENTINO. Esta vez he puesto actores. Dos argentinos discuten a las puertas del cielo y un tercer argentino les dice:
Un microrrelato, aunque me temo que me ha salido muy parecido a otro.RECETA: PASTA A LA PUTANESCA.En una sartén con aceite de oliva bien caliente poner unos
filetes de anchoa removiendo con una cuchara de madera hasta que se disuelvan.
Añadir 4 dientes de ajo picado, aceitunas negras cortadas a rodajas, alcaparras
y una guindilla (o pimentón picante)
Saltear y agregar 2 tomates de lata enteros con su jugo y
una pizca de sal. Cocer a fuego mediano hasta que se haya disuelto el jugo.
Cocer la pasta en abundante agua salada y escurrir. Mezclar
inmediatamente con la salsa.
Hay otra versión: la puttanesca alla bianca, con crema de leche en lugar de tomate.