Mi bar preferido está cerca de la sinagoga de Barcelona, en
la calle Porvenir. Yo estaba saboreando
los estupendos caracoles que prepara Xavi, el dueño, cuando entraron un grupo
de estudiantes judíos ortodoxos, reconocibles por el gorrito kipah y los
tirabuzones. Eran de Tel-Aviv, hablaban inglés y contemplaban mis caracoles con
curiosidad. Poco después estaban sentados en mi mesa, algunos probaron los
gasterópodos y nos hicimos fotos con un móvil. Prometieron que me las enviarían
por correo pero aún no las he recibido y sospecho el porqué: era la prueba de
que habían cometido una falta.
-¡Eh, esos judíos ortodoxos han comido caracoles! –le digo a
Xavi cuando los estudiantes ya se han marchado.
-¿Y qué? –responde Xavi-. El sofrito no llevaba carne de
cerdo.
-Ya, pero la ley judía prohíbe comer animales con caparazón
y que se arrastran por el suelo y los caracoles cumplen con las dos cosas. Son Taref (no apropiados)
Me explico: hace años pasé por una breve crisis espiritual y
consideré hacerme judío, por eso leí sobre la Toráh y la Cábala pero al final
se impuso mi raciocinio. Bueno... y lo de recortarme un pellejito de una zona muy
delicada no me hacía mucha gracia.
-Pues para ser ortodoxos no estaban muy informados –opina
Xavi-. Nunca entenderé esas religiones que te prohíben comer según qué. Sus
razones no se aguantan por ningún lado.
Rafa, sentado en la barra comiendo un bocadillo de morcilla
(algo que no es para judíos, ni musulmanes, ni Testigos de Jehová, pues estos
no pueden comer nada que lleve sangre) interviene en la conversación: -Creo que
los judíos tienen prohibido mezclar la leche con la carne.
-Así es. Si la leche toca el plato de la carne hay que
lavarlo y no con agua; con arena.
-¡Claro, pero entonces vivían en el desierto! –exclama
Xavi-. Actualmente no tiene sentido. ¿Si he de lavar un plato con arena tengo
que irme a la Playa de la Barceloneta?
-Las religiones han sobrevivido hasta ahora porque no han
cambiado en dos mil años –dice Rafa-. Eso lo dijo Goering, el ministro de
propaganda nazi.
-¡Ese era Goebbels, hombre! –responde Xavi-. Goering era el jefazo
de la aviación, la Lufftwaffe –extiende los brazos e imita el ruido de un Stuka
en picado-: ¡Ñiaooo! ¡Ta-taca- ta!
-¿Qué piasa, Baron Ruojo?
Acaba de entrar Hycham, un profesor de idiomas (habla ocho
lenguas) exiliado de Siria por la guerra. Su fluido castellano tiene un
gracioso acento que recuerda a Apu, de Los Simpson. Hycham se acomoda en la barra, pide un
bocadillo de chorizo ibérico y una copa de Rioja.
-¿Y tú que haces comiendo chorizo y bebiendo vino si tu religión te lo prohíbe? –le dice Xavi recordando
la conversación anterior-. Luego no te quejes si no te dejan entrar en el
Jardín de Alá.
-Me la siuda el Jardín de Alá –declara Hycham y empieza a
devorar el bocadillo.
HUEVOS ROTOS CON RAVIOLIS DE SETAS
Bueno, pues hace poco he probado una receta deliciosa y
facilísima que no se da de patadas con ninguna religión:
Cocer en agua salada los raviolis. Escurrir y ponerlos en un
plato. Freír huevos en aceite muy caliente y servir los raviolis con un huevo
frito por encima para comer todo junto. Aconsejo aliñar con un poco de aceite
de oliva virgen. Esta receta combina muy bien con los raviolis de setas.
Vaya, hombre, ahora recuerdo que los Adventistas del Séptimo
Día consideran las setas como un fruto del diablo. Bueno, ténganlo en cuenta si
invitan a cenar a un devoto adventista.
SALGO EN UNA PORTADA
El que da nombre a esta recopilación en inglés de relatos de Marsé, el
teniente Bravo, es un oficial de Regulares-3 de Ceuta; la unidad en la que el
escritor y yo hicimos la mili. Ya tenía claro que con una de mis fotos de
uniforme tenía media portada hecha, pero añadiendo las estrellas de teniente.
En dos minutos ascendí once grados; una meteórica carrera militar.