miércoles, 24 de diciembre de 2014

LA VENGANZA SE SIRVE CON ESPINACAS

Aunque parece un cuento navideño ocurrió en realidad; un diciembre en el que trabajé como ayudante de cocina en un restaurante de Cambrils (Tarragona) Empieza cuando abrimos el local y Giovanni, el chef, exclama:
 -¡Maldita sea! Han vuelto a entrar a robar por la noche.
Hay un gran desorden, falta material de cocina y el chef se exaspera cuando examina la bodega y comprueba que faltan botellas de whisky Knockando, coñac Hennesy, champagne Veuve Clicquot…
-Chorizos pero con buen gusto –se lamenta Giovanni.
Una semana más tarde. Hay mucho trabajo en la cocina. Ambiente de resistir de pie, agotador,  envueltos en un calor sofocante con la torreta extractora incapaz de aspirar todo el vapor. Con los ojos escocidos de cortar cebollas me acerco al ojo de buey de la puerta y distingo en la mesa siete a El Bigotes.
Es un policía municipal. Le llaman así por sus hirsutos mostachos de guardia civil decimonónico. Unos días antes había dejado un momento el infierno húmedo de la cocina para beber una lata de cerveza junto a la puerta del establecimiento y El Bigotes me puso una multa por beber alcohol en la vía pública. Sus bigotes de león marino temblaban de satisfacción mientras escribía el parte. Ahora está sentado frente a una rubia de bote que me da la espalda. Tienen una botella de vino casi intacta y el camarero acaba de servir el plato de ella por lo que deduzco que el pedido de El Bigotes debe estar a punto de llegar. Un camarero se dirige hacia el comedor con un plato de espinacas a la crema y le pregunto para quien es. “Para la mesa siete”, dice. “Trae, le falta nuez moscada”. Tomo el plato, me retiro a un apartado rincón de la cocina y rocío el plato con escupitajos (Créanme, de normal no soy tan cochino, es que me cegaba la venganza) Devuelvo el plato al camarero con esta sonrisa a lo Fu-Manchú.
 El día siguiente es Nochebuena. Estamos formados con nuestras impecables chaquetillas blancas ante el chef Giovanni que reparte las tareas señalándonos con un lápiz como un director de orquesta  moviendo la batuta, todos listos y concentrados. “A la cocina”, dice y me huelo que algo va mal cuando añade: “Miquel, tú quédate aquí”.
Giovanni me mira fijamente. La tensión se siente como una cuerda de guitarra a punto de saltar. Me da unos golpecitos con el lápiz en un botón de la chaquetilla y dice:
-Vaya, vaya… así que nuestro chef Miquel le da por condimentar los platos con su ADN.
Antes de que pueda reaccionar dirige el lápiz hacia un punto de la cocina haciéndome fijar en una cámara de vídeo que vela con un ojo vigilante. La han puesto a causa de los robos. Pillado in fraganti. Giovanni  me pregunta:
-¿Para quién era ese plato?
“Para El Bigotes”, respondo y le cuento lo de la multa. El chef cabecea: “Ese maldito Bigotes…". Luego supe que El Bigotes le había multado injustamente por aparcar su coche en una zona prohibida no señalizada. Eso explicaba su reacción comprensiva:
-Mira, Miquel, me gusta como trabajas y te lo voy a dejar pasar pero si te sorprendo hacer algo parecido te boto de aquí con unas referencias con las que no te aceptarían ni en un burguer de Calcuta. Capisce? –Asiento y me da un coscorrón con el lápiz-. ¡Y ahora tira para la cocina, capullo,  que hay encargadas seis lubinas a la sal que no se van a hacer solas!
 Por cierto que las espinacas a la crema las preparo así. Lo de los esputos es optativo. Es un plato tan fácil que lo he preparado mientras bailaba  – a veces hago esas chorradas cuando cocino- con el tema Hold Me de los Fleetwood Mac y echando vistazos a esta película tan navideña:
ESPINACAS A LA CREMA: Cocer espinacas congeladas en agua salada. Saltear en una sartén cebolla picada y 2 dientes de ajo y echar las espinacas escurridas. Remover, añadir crema de leche, pimienta y una cucharadita de nuez moscada. Volcar las espinacas con crema en una fuente de horno, espolvorear con queso rallado y gratinar un momento en el horno antes de servir.

Y ahora ¡Feliz Navidad con todo cariño!!! Por aquí practicamos en estas fechas lo de Fer cagar al Tió. Se le da de bastonazos a un tronco para que cague regalos. Una costumbre con cierto aire sadomaso:

Les dejo con este atractivo vídeo navideño:





sábado, 13 de diciembre de 2014

EL PILOTO CAIDO

Bueno, ya que no tengo ninguna foto me la he dibujado. Se trata de una aventurilla que le ocurrió a mi tío Sento. Mi madre me lo acaba de contar:
En el invierno del 43 mis abuelos tenían de vecinos a una familia que colaboraba con una red que facilitaba la evasión de pilotos aliados que habían caído en la Francia ocupada. Después de pasar clandestinamente la frontera los escondían en su piso y les ayudaban a llegar al consulado británico –por entonces en la Plaza España, a solo diez minutos a pie- con este sistema: el piloto llegaba hasta el consulado llevando de la mano al hijo del vecino para no despertar sospechas, como un padre dando un paseo matinal.
 Un día los vecinos se presentaron a cenar a casa de mis abuelos con un piloto inglés cuyo avión había sido abatido en La Camargue, cerca de la frontera. “Sólo recuerdo su apellido –me dijo mi madre-: Underwood, como la máquina de escribir que yo usaba, ya sabes que estudiaba secretariado, y también que era la persona más rubia que había visto en mi vida.” Mi abuela preparó patatas fritas. El piloto pidió: “Vinegar, please” y roció las patatas con vinagre. Yo también las suelo comer así.
El vecino se explicó: su hijo estaba enfermo y no podía acompañar al piloto al consulado. Había pensado en que le sustituyera mi tío Sento que entonces tenía nueve años. A mi abuela la idea no le sedujo pero el vecino la tranquilizó: “Saben que tiene que hacer si los detiene la policía. Han de decir que no conocían de nada al niño y que le ofrecieron caramelos si le acompañaba.”
 Al día siguiente mi tío con los bolsillos cargados de caramelos y el piloto –con un gran sombrero de fieltro que ocultaba su rubia cabellera- se dirigieron cogidos de la mano hacia el consulado. Mi abuela y mi madre los seguían a una prudente distancia. Cuando llegaron a la delegación, Underwood acarició un momento la mejilla de Sento y entró apresuradamente en el edificio. Ese fue el granito de arena de mi tío a la causa aliada.
Por cierto que los aviadores estadounidenses destinados a Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial inventaron un cóctel muy sencillo –añadieron Coca Cola a la ginebra- al que bautizaron con el nombre de RAF en homenaje a sus aliados:
Preparar en vaso alto hielo y una copa de ginebra. Añadir la cola preferida y adornar con una rodaja de limón.
EL ABUELO CEBOLLETA ERA OPIÓMANO

Años más tarde mi tío Sento se convirtió en un fiel coleccionista de los tebeos Bruguera. Un día me enseñó una curiosa página de La familia Cebolleta (DDT nº 446 de 1959) en la que Rosendo tenía alucinaciones al fumarse un puro de opio del famoso abuelo narrador de batallitas. Era la época en que se podía fumar en los tebeos (hasta el loro fumaba) pero lo del opio disparó la alarma de los censores que añadieron la toxicomanía a los otros temas tabú de las publicaciones infantiles (suicidio, eutanasia, alcoholismo…) y sancionaron con una fuerte multa a la Editorial Bruguera.
Como nuestro país no tuvo prácticamente experiencia colonial en Asia el opio es muy poco conocido. Mi tío –que frecuentaba los muelles por su trabajo en la Aduana del Puerto- me dijo que por la época en la que Vázquez publicó esta historieta era frecuente en los bares del puerto notar el olor de la marihuana (entonces llamada grifa, liarla se decía hacer un pote) de los marineros. Los legionarios, en cambio, preferían el kifi verde o blanco que fumaban en pequeñas pipas. De todas formas mi tío prefería sus paraísos artificiales a base de barrecha (dos partes de moscatel y una de cazalla) popular combinación que ya casi ha desaparecido en las ciudades.
 Dedicado a mi tío Sento (1934-2014) con mucho cariño. Voy a tomarme ahora un RAF a su salud.
Y ya que hemos hablado de sustancias alucinógenas termino con un poema de Valle Inclán:
LA PIPA DE KIF
Cáñamos verdes son de alumbrados. Monjas que vuelan y excomulgados.
¡Coca! A tu arcana norma energética. Epopeya del Araucano que al indio triste torna espartano.

Lima virreina, mordió Pizarro tu fibra dura y perdió su armadura. Verdes venenos ¡Yerbas letales de paraísos artificiales! A todos vence la marihuana, ciencia del Ramayana.

viernes, 5 de diciembre de 2014

CAMISETA CORTAZAR (Relato y más cosas)

Bruno no sabe que ponerse. Abre el armario y mira las camisetas. Hay una blanca, italiana, de algodón, que se ha comprado hace poco y le gusta especialmente. La coge por la percha y la observa: le atrae el tacto. Pero el color blanco le hace parecer más gordo. La devuelve a su sitio. Con los dedos, como quien pasa las hojas de un libro, acaricia las mangas de todas las camisetas. Los grises son demasiado apagados, y lo mismo los marengos y los azules marinos.  Revisa las de rayas.  Al final se decide por una de estilo militar, verde oliva, de manga larga.
Empieza a ponérsela delante del espejo. La cuesta más de lo que imaginaba. “Vaya, debo haber engordado”, piensa. La tela está cargada de electricidad estática, se adhiere a la piel y le eriza el vello del brazo. La mano apenas avanza por la manga. Intenta meter el otro brazo por la otra manga esperando que la operación resulte más sencilla.
 Bruno ya ha conseguido introducir los dos brazos y ahora agacha su cabeza que se queda atascada en la camiseta. “Quizás tendría que haber sacado antes las manos de las mangas”, se dice envuelto en una neblinosa penumbra de algodón. Jadea, la tela se ha enrollado alrededor de su cuello ahora ladeado a la izquierda. Con la cabeza y las manos atascadas en la camiseta empieza a agitar los brazos intentando agarrar uno de los bordes de las mangas mientras da vueltas a ciegas por la habitación. Parece una gallina recién decapitada.
Bruno se detiene para recuperar el aliento. La tela se aferra a su boca mojada y le dificulta respirar. De repente oye un ruido sordo, como el sonido de un frasco de medicinas que se abre con un chasquido. Por fin distingue el cuello de la camiseta, luminoso, envuelto en una extraña luz como la que se ve al final de un túnel prometiendo delicioso aire libre. La luz se hace a cada momento más potente  envolviendo a Bruno en una caverna de incandescencia.  Aparecen unas manos gigantescas, enfundadas por algo parecido a un látex verdoso que avanzan hacia él. Las manos agarran a Bruno sacándolo hacia el exterior, le sostienen, lo voltean, y una mujer con uniforme color espinaca  lo envuelve con una toalla con profesional eficiencia. Dice:
-¡Enhorabuena! Es un niño precioso.

Esto ha sido mi versión personal del cuento de Cortázar No se culpe a nadie y, abajo, mi última portada para un proyecto de novela ambientada en Barcelona el día después del apocalípsis nuclear. Así queda el Bus Turístico.

 HE HECHO HABLAR EN CATALÁN A BRUCE WILLIS
Prueba de doblaje para la película History of Us. Bruce y Michelle Pfeiffer están a punto de meterse en faena cuando ella se da cuenta de que han olvidado poner una moneda bajo la almohada de su hijo para el Hada de los Dientes (el Ratoncito Pérez americano)


 Deciden a piedra, papel o tijera quién va a poner la moneda. Le toca a Bruce, pero antes le dice a la TV donde aparece Bush: "Señor presidente, le confío a mi esposa que pronto estará desnuda. Siga cuidando del país y recuerdos a Barbara."