lunes, 28 de marzo de 2011
EL DÍA QUE TIRARON LA BOMBA
Cuando tiraron la bomba Berto estaba buscando un vino adecuado.
A Berto le gusta Berta. Pero a Berta no le gusta Berto del mismo modo. Berta le propuso que fueran amigos y Berto aceptó esa amistad de sala de espera confiando secretamente en que el tiempo cambiaría la situación.
Berta le había invitado a cenar. No sabía cuál era el plato pues era una cena sorpresa; a ella le gustaban esos pequeños juegos. Convinieron en que él traería el vino. Berto se detuvo indeciso frente a la licorería ¿qué vino sería el adecuado, blanco o tinto? Era una cena sorpresa, no podía saberlo. Resolvió llamar a Berta para consultarle que vino acompañaría mejor lo que fuera que había preparado. No le quedaba saldo en el móvil pero había una cabina telefónica en la esquina. Cuando entró en la cabina experimentó una curiosa sensación de salto temporal, hacía años que no telefoneaba desde una cabina callejera. Puso tres monedas de veinte céntimos. Al otro lado descolgaron el auricular y Berto volvió a oír aquel olvidado ruido metálico de monedas deslizándose hacia el interior. Aún llegó a escuchar la voz de Berta “¿Diga?” cuando se oyó una pavorosa explosión, luego la línea se cortó.
Berto miró por entre los anuncios pegados a los cristales de la cabina. Vio un resplandor lejano en otro barrio, a quilómetros de allí. A su alrededor miles de objetos eran arrojados por todas direcciones como en el interior de un huracán. El aplastante ruido se había convertido en un sordo rumor quizás porque ya no cabía en nuestros cerebros. Aquella monstruosa ola de luz blanca que mascaba millones de grados de calor se acercaba babeando, hinchada de electricidad.
Y encima la cabina se había tragado las monedas.
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20 comentarios:
Vaya hombre, esperaba un final feliz en el que Berto sería agasajado por Berta en ropa interior insinuante... pobrecilllo
Que se le va a hacer, Alimaña, al menos -eso sí- es un final estruendoso. Saludos. Borgo.
El final así está perfecto. Además, tiene ese punto nostálgico de cuando las cabinas se tragaban monedas, en aquéllos tiempos. Qué viejos somos...!
Se las tragaban y NUNCA devolvían cambio, somos viejos, sí, y ellos unos mangantes...
¿Y si a la pobre Berta le ha estallado la cocina por acumulación de gas?. En ese caso más vale que Berto compre una botella de whisky o de ginebra, porque va a pasar otra noche solo....
A mi me dijo una vez una mujer que ni en un millón de años, así que ni bombas ni un rosado hubieran solventado semejante sentencia.
Pues vaya final. Si al menos no se hubiera tragado las monedas la cabina...
Qué bueno, Miquel!. Me has recordado tants cosas. No, nunca he estado afortunadamente cerca de una explosión. Creo que Berto espera en vano que cambie la situación porque, desde que Berta lo ve como un amigo está sentenciado. Y lo de no tener saldo en el móvil y buscar una cabina y llamar...¡qué bueno!. Cuántas veces lo habremos hecho y ahora, en cambio, es algo casi impensable con tanto móvil y tanta tecnología. De todas formas, aún hay días en los que no tengo saldo. El final es soberbgio. Saludos.
Hola, Lluís. Eso, un punto nostálgico, hace poco entré en una cabina y más bien me pareció que entraba en el tunel del tiempo. Cuántas cosas se pierden. Saludos. Borgo.
Hola, Sincopada. Ya lo creo que se tragaban las monedas ¿y la experiencia de notar un cable dentro del oído porque habían arrancado el auricular? De todos modos siempre es un buen momento para comprar una botella de whisky aunque no se oigan bombas. Saludos. Borgo.
Hola, Cahiers. Pues eso me pasó una vez (lo de la cena sorpresa) pero me decidí por el cava que combina bien con todo. Saludos. Borgo.
Hola, Clementine. Pues es un final de esos con explosión, como los que le gustaban a Ed Wood. Así Berto volvió a saborear la sensación de la cabina que te deja sin monedas y sin poder llamar. Saludos. Borgo.
Gracias, Marcos. La verdad es que una vez llamando desde una cabina escuché una bomba pero no tan grande, uno de esos petardos que solían poner en Hacienda de la Vía Laietana. Ah, y la cena sorpresa, esto es lo que tiene de autobiográfico. Saludos. Borgo.
La respuesta es rosado, el vino rosado sirve para todo, para pescado, carne, lo que se tercie...muy bueno el relato
Creo que al final Berto ha tenido suerte, la mayor parte del tiempo es una falsa esperanza eso del amor a nacer en el futuro, terminas desilusionado. De esa forma obligado va a tener que olvidarse de ella. Al comienzo pensé ¡qué terrible! pero luego lo he visto positivamente. Lo de que el teléfono se coma las monedas si es imperdonable, no hay peor disgusto que ese. Buen relato. Un abrazo.
Mario.
Gracias, Aris. Eso tendría que haber hecho porque me presenté con cava y a ella no le gustaba. Además aquí los hay buenos como el Cresta rosa o René Barbier. Saludos. Borgo.
Gracias, Mario. Desde luego es un final de punto y aparte. Con la bomba se acabó lo de Berta, la cena, el vino y todo lo demás. Quizás un día haga una secuela post-apocalíptica. Saludos. Borgo.
Al menos tiene una buena excusa...
Eso, NastnosC. Se supone que por holocausto nuclear la cena se quedó aplazada. Ni blanco ni tinto ni tiene color. Borgo.
Me ha gustado mucho, Borgo. Es curioso, al final siempre nos quedamos con los detalles, ni si quiera la bomba nos hace olvidar que la cabina se ha tragado las monedas :-)). Bs, Siena
Hola, Siena y gracias. Lo has captado muy bien, sí, ni una bomba nuclear nos borra la desagradable sensación ya olvidada de una cabina telefónica tragándose las monedas y sin poder hablar. Bs. Borgo.
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