miércoles, 29 de julio de 2009
EL HIDEBEHIND
El Hidebehind (literalmente “El Escondedetrás”) de la fauna americana siempre está detrás de algo. Por más vueltas que dé un hombre, siempre lo tendrá detrás. Por eso nadie lo ha visto, aunque ha matado y devorado a muchos leñadores.
Este es un fragmento de El libro de los seres imaginarios de Borges que me ha dado la idea para este relato:
El último vestigio de civilización en kilómetros a la redonda era una cabaña donde un anciano indio pecquod vendía provisiones. Un trampero de ojos febriles que bebía aguardiente de centeno nos advirtió a mí y a los otros tres leñadores sobre el Hidebehind:
-Yo no lo he visto; nadie lo ha visto… pero le he oído en lo más profundo del bosque. Mata… dicen que mata caballos y hombres.
Pensamos que le habían afectado las largas temporadas de soledad en las montañas.
Pronto desapareció el primero de nosotros, fue durante la tercera noche.
Al día siguiente oímos el grito desgarrador de un compañero que estaba recogiendo leña. Un rastro de ramas quebradas nos indicó que había sido arrastrado hacia la espesura del bosque pero nadie se atrevió a aventurarse.
Foster, el barbudo escocés, opinó que debía merodear un oso por los alrededores del campamento. Encendimos una gran hoguera y hacíamos turnos de guardia, él con una enorme hacha y yo con un revólver Remington de cuando trabajé como explorador para el ejército durante las guerras indias. Varias veces estuve a punto de proponerle vigilar espalda contra espalda pero supuse que se reiría de mis temores: “Eso del Hidebehind” es un cuento para niños” –me dijo cuando le recordé la historia del trampero.
Me despertó el ruido del pesado revólver al caer al suelo. Me había vencido el sueño. Junto al linde del bosque había un hacha. Ni rastro alguno de Foster.
Llevo dos días sin comer dándole la espalda a la hoguera para que el Hidebehind no me sorprenda por detrás. La leña se está terminando y el crujido del fuego ha dejado paso al chisporroteo de las brasas. Agarro con firmeza el revólver y en dos saltos me sitúo frente a un enorme roble. Giro sobre mí mismo y me dirijo rápidamente de espaldas hacia el árbol pero no consigo apoyarme en el tronco. Un aliento abrasador me confirma que tengo al Hidebehind atrapado entre mi espalda y el roble. Cuando noto unas garras afiladas que se clavan alrededor de mi cuello apoyo el cañón del arma sobre el corazón y disparo. El grueso calibre es más que suficiente para que un balazo a quemarropa hiera el cuerpo que tengo justo detrás. Un espantoso alarido es lo último que puedo oír. No es la mejor forma de dejar este mundo.
Semanas más tarde un grupo de cazadores encontraron mis restos. Uno de ellos cogió mi revólver y se lo puso en el cinto. Cuando se iban les grité que mirasen a sus espaldas, hacia un rastro de sangre –sangre negra y maloliente que hasta los insectos evitan- que se dirigía hacia la espesura del bosque; pero es sabido que a los muertos nadie puede oírles. Además los cazadores siempre están ojeando posibles presas y suelen miran hacia adelante. Casi nunca… detrás.
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