jueves, 27 de diciembre de 2018

PANTALONES TEJANOS CON PINZAS


Click. Ya están enviadas las invitaciones para mi fiesta de cumpleaños. Contemplo la sala, es espaciosa y bien iluminada pero la pintura amarilla de las paredes empieza a desconcharse y está algo deslucida. Qué demonios, no se cumplen los cincuenta todos los días, así que consulto un muestrario de colores. Por la tarde cubro el suelo con papeles de periódico y abro una lata de Amarillo Nápoles -277.”Sera mejor que me ponga algo viejo antes de empezar a pintar” -pienso.
 Descubro cajas polvorientas que llevaba tiempo sin abrir repletas de cintas navideñas y entre zapatos y camisas pasados de moda encuentro unos pantalones tejanos de pinzas lavados a la piedra. Sonrío: “¿Cómo podía ponerme algo tan horrible?”. Al probármelos me sorprende ver que todavía me entran. Compruebo el resultado frente al espejo. Sí, me quedan bien pero qué raro… no recordaba que tuviera tantos granos en la cara. Suena música. Muy fuerte. A un volumen nada habitual en alguien a punto de cumplir los cincuenta .Suenan los Smiths, los Talking Heads, The Cure, Pretenders, Frankie Goes to Hollywood, Nacha Pop… Los vecinos aporrean la puerta quejándose del ruido. Que les den. Panda de fósiles. Además estoy a punto de conseguir un nuevo récord en el Tetris. Me pongo el VHS de Regreso al Futuro y bailo The Power of Love imitando los espasmódicos movimientos de Michael J. Fox sobre el monopatín.
Qué hambre me está entrando. Me voy al Pryca a por unos cuantos Tigretones. Salgo a la calle y voy cantando: “Hace falta valor. Hace falta valor. ¡Esto es una escuela de calor!”
FIN
Aaay, los ochenta... mi modesta contribución a la Movida fue esta portada para un single de los Telefunken, un fugaz grupo de música new-age.
RECETA: ESPAGUETIS A LA FIORENTINA
Antes un truco que me ha enseñado un chef italiano: los espaguetis crudos que caben en un anillo equivalen a la ración de pasta para una persona.
Estos espaguetis se parecen a la receta boloñesa pero con más verduras. 
Sofreír en una sartén con aceite cebolla, zanahoria y apio bien picados y una berenjena cortada a dados pequeños con su piel. 
Añadir carne picada y cuando tome color verter 1 vaso de vino blanco.
Dejar reducir a fuego vivo y agregar la salsa de tomate. 
Cocinar a fuego bajo 10 minutos. Cuando los espaguetis estén cocidos en agua salada colar y añadirlos a la salsa.
En Florencia se acompañan con ricota salada pero aquí no se encuentra facilmente. Un parmesano será muy adecuado. Hoy me los he preparado con paglia e fieno:
Ésta es mi última entrada del año, cómo pasa el tiempo. Parece que mi trabajo con el que despido el 2018 será este cartel que he dibujado para un bar de mi barrio:
¡Muy Feliz Año 2019 de corazón!!!!

martes, 18 de diciembre de 2018

SUSURROS DEL MÁS ALLÁ


Soy estudiante de medicina y compartía piso con otro alumno de la facultad.
Mi compañero murió de repente a las ocho de la tarde. Lo coloqué en el sofá después de velarlo un rato y me fui a dormir. Lo había colocado en el sofá del comedor porque es más lógico reservar la cama para los vivos, y yo era el único vivo que quedaba en la casa.
Me desperté con la sensación de oír un estertor que provenía del lugar donde estaba el cadáver. ¿Me había llamado? Me acerqué para echarle un vistazo. Seguía muerto, pero de improviso sus labios se tensaron, abrió la boca y emitió un susurro: “Mar…” y luego: “Uay!…” Llamé al doctor que había certificado la defunción.
-Oiga –le dije-, el hombre que murió ayer está hablando.
Me aconsejó que me tomara un somnífero y me volviera a acostar.
 Por la tarde cogí papel y lápiz. Esperé sentado al lado del cadáver. ¿Y si pretendía decirme algo en el momento de morir y luego ese deseo frustrado desencadenó alguna reacción motora?
Primero escuché un sonido que parecía proceder de su esófago, y luego: “Mar” “Uay!” “Mar” “Uay!”… que yo transcribía en papel. Al fin se calló y supe que no le quedaba nada dentro pues sus rasgos se serenaron. A la mañana siguiente se lo llevaron los de la funeraria.
Entonces me esforcé en descifrar esos sonidos. ¿Mar? Mi compañero nació en un pueblo costero. ¿Quería compartir un recuerdo de infancia? ¿pero lo de Uay!?…  Busqué en Google. Uay: “Vocablo en idioma maya usado en la península de Yucatán para denominar fenómenos de encantamiento.” Eso me desconcertó, además lo pronunciaba con una exclamación “Uay!” como alguien que se pilla un dedo con un martillo. Tecleé Maruay todo junto, solo me apareció un hotel de Bangkok  -Maruay Gardens- con ese nombre. Poco probable. 

Algo empezó a tomar forma, eran casi las ocho, la hora en que él murió de repente, sentado en el sofá del comedor porque estaba viendo la serie The Big Bang Theory.
Me abalancé sobre el mando y conecté el televisor. A las ocho es cuando interrumpen el capítulo con una pausa publicitaria y el primer anuncio siempre es el mismo: el del complejo de vacaciones Marina d´Or. Aparecen piscinas, balnearios, niños correteando por la playa… Y al final del spot una aguda voz chillona: “MARina d´Or, ¡qué gUAY!”
Entonces lo comprendí. Todo había sido una muestra del gran poder de penetración en el organismo humano de las campañas publicitarias.
FIN
NOTA PARA MIS AMIGOS DEL OTRO LADO DEL CHARCO: El anuncio del resort turístico Marina d´Or es el más veces emitido en la TV española. Aquí todos conocen ese slogan: “Marina d´Or, ¡qué guay!”
SOLSTICIO Y ECLIPSE
El próximo viernes (21 de diciembre) se producirá un eclipse de Luna que coincide con el solsticio de invierno. Esto se considera de buen augurio, al contrario que los eclipses del solsticio de verano. Me pregunto cómo afecta un eclipse lunar a los licántropos. ¿Será algo así?
También ese 21 de diciembre se espera el estreno de El regreso de Mary Poppins. Seguro que no es tan terrorífica como la muestra este trailer:
¡Y ya era hora de otra receta en mi blog! Hoy la presenta el simpático Kotowaza Inoshishi, el jabalí cocinero.
YAKKITORI DE POLLO
 Cortar a tacos 4 pechugas de pollo deshuesadas y poner a macerar en un plato hondo con salsa de soja, vino blanco y 1 cucharada sopera de azúcar. Dejarlo marinar en la nevera toda una noche.
En los pinchos para brochetas atravesar un trozo de pollo seguido de un pedacito de cebolla tierna, otro de pollo... y así con todas las brochetas.
Pasar los pinchos en una sartén sin aceite, cociéndolos en el jugo en que se han marinado. El pollo se irá caramelizando tomando un color oscuro.
Para acompañar este plato recomiendo arroz blanco salteado y rociado con el jugo de la cocción..

sábado, 8 de diciembre de 2018

LEPRECHAUN. Y MÁS COSAS...


Estamos tan empapados de sudor que se oye un grosero sonido de ventosa cuando nuestros cuerpos se separan. Me acerco a la mesita de noche y me enfrasco en la tarea de abrir un paquete de cigarrillos con dedos húmedos y temblorosos. Ella empieza a decirme algo. Siempre se vuelve muy habladora después del sexo, debe ser porque no fuma.
-Cariño... ¿Has visto mis calzoncillos? Es lo primero que me dice al levantarse por las mañanas- dice imitando la voz de su marido, y se echa a reír.
 Siento una punzada de culpabilidad. Conozco a su marido desde hace años. Una cosa es que me tire a su mujer, pero me parece cruel imaginármelo ahí plantado en medio de esta habitación  en camisa y calcetines y con el rabo al aire, sintiéndose ridículo rodeado de medias, sostenes, camisetas, corbatas... y sin encontrar sus calzoncillos.
-Lo más curioso -prosigue ella-, es que cada dos por tres (desde que volvimos de viaje, más o menos) pierde sus calzoncillos y luego, o no aparecen, o me los encuentro en los sitios más extraños. Empiezo a sospechar de Antonia.
-¿Antonia?
-La chica de la limpieza -hace un gesto como agitando un plumero en el aire-. Quizás es una fetichista que le sisa los calzoncillos a mi marido -y ríe de nuevo.
Me inclino hacia la mesita para apagar el cigarrillo en el cenicero que tiene forma de trébol y la leyenda “Greetings from Eire”.
-¿Y si el verdadero culpable no es Antonia? -le digo-. A lo mejor os trajisteis de Irlanda un Leprechaun escondido entre vuestro equipaje.
-¿Un Lepr… qué? -parpadea interrogativa.
-Los Leprechaun son duendecillos que viven en las casas. No son malvados pero sí traviesos y les encanta gastar pequeñas bromas. Como robar objetos o cambiarlos de sitio, por ejemplo.
 Bruscamente nos interrumpe el chirriante sonido de las ruedas de un coche sobre la gravilla.
-¡Joder! -ella se incorpora de repente -¡Es él! ¡Esa mierda de reloj debe haberse parado!
Miro hacia el reloj de pared. Marca la una y cinco pero el minutero está inmóvil. Como si la cama estuviera sembrada de agujas ardientes salto hacia la mesita donde ella ha depositado antes mi reloj de pulsera (“No me gustan los hombres que lo hacen con el reloj puesto”, me dijo mientras me lo quitaba) y la esfera parece dedicarme una malévola sonrisa con las agujas señalando las dos menos diez.
Empezamos a vestirnos a la velocidad del rayo. Ella está razonablemente decente con un vestido de verano que se ha puesto por la cabeza y ahora corretea despeinada y descalza recogiendo evidencias: preservativos, kleenex, colillas...
Se dispone a arrojarlo todo en una bolsa de plástico, pero se detiene para contemplarme con una expresión mezcla de espanto y reproche.
Estoy plantado en el centro de la habitación en mangas de camisa y calcetines, con expresión ausente.
-Mis calzoncillos... no los encuentro.
El rumor metálico de una llave que gira. Un ¡hola, cariño! jovial y unos pasos que se dirigen hacia el dormitorio.
Pero, maldita sea, lo que termina por dejarme helado es una carcajada sardónica y cascada, como de alguien que tuviera doscientos años y que juraría que proviene del interior del armario.
FIN
Irlanda... me trae recuerdos de cuando pasé por allí el 2011 por el BloomsDay, el día dedicado a Joyce (16 de junio) En un pub tomé el desayuno tradicional, empanada de riñones y cerveza negra, mientras hacía el apunte de esta pareja dublinesa:
GEORGE W. BUSH SE SALVÓ POR POCO DE LOS CANÍBALES
Una de las biografías publicadas sobre el recientemente fallecido ex-presidente me ha revelado algo escalofriante. Durante la Segunda Guerra Mundial fue el único superviviente de un escuadrón que cayó en manos de un general japonés canibal.
2 de Septiembre, 1944. El joven George Bush pilotaba un bombardero lanzado sobre la isla de Chichi Jima (Venga, ya pueden hacer chistes) para preparar la invasión de la estratégica isla de Iwo Jima. 
 Durante la misión el bombardero fue alcanzado y sus tripulantes saltaron al mar en paracaídas. Bush fue rescatado por un submarino que patrullaba la zona pero los otros nueve aviadores no tuvieron tanta suerte. Fueron capturados por lanchas japonesas y los llevaron a la isla de Chichi Jima, gobernada por el caníbal general Tachibana.
 Los nueve prisioneros fueron decapitados con katanas, al día siguiente Tachibana ordenó al cirujano de la isla extraer los hígados de los americanos para ofrecérselos a los demás oficiales guisados en aceite de soja, sake y verduras. Formaron parte de un ritual Bushido canibal de adoctrinamiento guerrero. 
En esta foto aparece el general Tachibana firmando la rendición de la isla. En 1946 fue juzgado por crímenes de guerra y ahorcado. Se le denegó su petición de morir honrosamente haciéndose el hara-kiri.
EL ÚLTIMO KOTOWAZA
El buey USHI, el alma de las fiestas, siempre con su cuenco de sake.