jueves, 23 de febrero de 2017

LA OTRA CHICA DEL ASCENSOR (Verídico)

Entro en el bar de Agus. Allí me siento tan bien como una llave en una cerradura. Fuera el espacio es brillante y frío. Cuando se me acostumbran los ojos a la oscuridad veo a Agus detrás de la barra alzarse imponente, como un nubarrón con camiseta negra.
-¿Un pastis, Miquel?
-Mejor una cerveza, hoy no tengo fino el estómago. Eh, Agus, haces mala cara…
-No he pegado ojo en toda la noche –Agus me acerca una botella y aplasta con un certero golpe de trapo una cucaracha que se pasea por la barra. Si matar cucarachas con un trapo fuese deporte olímpico Agus tendría un montón de medallas de oro-. Por culpa de Rafa El esquizo. ¿Te acuerdas de él? Está como una cabra pero es inofensivo.
 -¿ El que se colgaba ajos en la cama? –Agus asiente. Recuerdo los ojos tan juntos de Rafa. Uno sentía ganas de estirar el brazo y separarlos un poco. Una tarde se sentó un largo rato en un taburete del bar con un tiesto entre sus manos y la mirada perdida. Le dibujé este apunte titulado: “El tío raro de la planta”.
-Y todo porque ayer se me ocurrió contarle un chiste a ese majara –Agus se rasca un lunar de la cara, un lunar muy relajado, sin consciencia de sí mismo-. Este: van dos chicas, una rubia y una morena,  en un ascensor con un tío muy feo y hortera. El feo se dirige a la rubia: “Nena, ¿Cuántos años me echas?” Y la rubia le dice: “Cadena perpetua”.
-Los he oído mejores.
-Rafa estuvo media hora tronchándose –sigue Agus-, con esa risa suya que suena como tijeras cortando linóleo-. Bueno, Rafa acaba su cerveza y se larga casi a la hora de cerrar. Yo me voy para casa, ceno y me voy directo a la cama. A las tres y media de la madrugada pego un bote cuando suena el móvil de la mesilla.
 -¿Rafa?
-Pues sí. Medio sonámbulo oigo su voz: “Oye, ¿y porque había dos chicas en aquel ascensor?”. Le suelto un rugido: “¿Cómooo?!!!” “Sí, en el chiste. Sólo hablan el feo y la rubia, pero hay otra chica con ellos, la morena,  que no dice nada. ¿Por qué está en el ascensor entonces? ”
“- Intento serenarme: “Pues no sé… así fue como me lo contaron” –pero Rafa insiste: “Vale, pero…  ¿porque tres personas en el ascensor si hay una que no pinta nada en el chiste? Necesito saberlo. Mira, Agus, no paro de darle vueltas. Llevo toda la noche sin dormir.” Y aquí yo exploté:
“-¡Y desde ahora yo tampoco por tu culpa, mamonazo! Pues debe ser para darle mayor intensidad dramática al chiste, una licencia argumental… qué sé yo ¿Te basta con eso? ¡Y si no que te den!!! -y cuelgo hecho una furia.”
-Parece que Rafa anda algo confuso… debe ser los efluvios de los ajos –me quedo mirando otra cucaracha grande, hostil, que camina por la barra con arrogancia de insecto. Agus la pulveriza -¡Zas!- de un rápido golpe con el trapo.
-Oye, Agus, no quiero parecer tiquismiquis pero te agradecería que no hicieras eso con el trapo de enjuagar vasos.
-Tomo nota, Miquel –dice Agus con un bostezo-. ¿Otra cerveza? –Abre otra botella y me la acerca-. ¿Quieres vaso?
-No, gracias, beberé de la botella.
Suena Piece of my Hearth y los berridos de Janis Joplin se derraman por el bar.
MI ÚLTIMA PORTADA
"-Yo estaba en una isla del Pacífico, no recuerdo cual, estaba llena de japoneses.
-¡Ah, estaba usted de vacaciones!"
 Vaya sorpresa, ilustrar una novela corta de Jonathan Demme, el director y guionista de El silencio de los corderos.
Año 2041. Los Estados Unidos se disponen a conmemorar el 100º aniversario de Pearl Harbour. Joe, de 118 años, el único superviviente del ataque japonés y el invitado de honor, pero cuando el médico de la residencia donde está ingresado se lo prohibe decide coger una mochila y fugarse. Durante su ruta de 4000 Km. conoce todo tipo de gente estrafalaria. Muy en la línea de Una historia verdadera, de Lynch.


domingo, 12 de febrero de 2017

UN VAMPIRO EN LA ESCALERA


Hacia las ocho de la mañana la mayoría de vecinos de la calle Batavia 16 se están preparando para acudir a sus respectivos trabajos. Su rutina se ve bruscamente interrumpida al oír los desgarradores  gritos de Jiménez, el vecino soltero  que vive con su hermana también soltera en el Principal 2ª.
Jiménez, muy alterado, informa a los vecinos que se apretujan en el rellano que acaba de descubrir a su hermana muerta, aparentemente atacada por un vampiro. Martínez, presidente de la escalera, cree llegado el momento de encargarse de la situación y levanta las palmas solicitando silencio:
-Vamos a ver el cuerpo -Propone.
 La luz del vestíbulo les da ánimos para entrar aunque el temor les acecha en los rincones oscuros. Encuentran a la hermana de Jiménez en su cuarto. Su rostro azulado muestra una expresión tranquila y se ven dos marcas a la altura de la yugular.
Jiménez se sienta en una silla del salón, los vecinos forman un círculo solidario a su alrededor, cuando Jiménez habla de iniciar los trámites del entierro Martínez  junta las puntas de los dedos y dice a través de la jaula que forman sus manos:
-Amigos, no nos precipitemos. Las víctimas de los vampiros regresan de sus tumbas para entregarse al proselitismo con sus allegados y eso podría afectar a esta… nuestra comunidad.
-Hay que clavarle una estaca en el corazón –propone Fernández, la abogada del Segundo 1ª.
Martínez hace un rápido recuento.
-¿Somos la mitad más uno? Bien, votemos: partidarios de usar la estaca.
Aparece un bosque de manos alzadas. Charo, la portera, anuncia que en el cuarto de la limpieza hay un viejo taburete y que con una de sus patas y un cuchillo podría preparar una estaca. Dicho esto se dirige corriendo hacia las escaleras seguida de Hernández, la divorciada del Tercero 2ª, que iba a llevar a su hijo al colegio. “Es mejor mantener a los niños lejos de esas cosas” dice llevándose al pequeño.
Martínez recuerda a los presentes que es aconsejable en estos casos levantar  acta y que se necesitan dos testigos.
-Yo seré uno de ellos, claro. ¿Alguien se ofrece para ser el otro?
Se ofrecen varios vecinos. Martínez se decide por Hernández, la abogada.
 La portera se presenta con una afilada estaca que ofrece a Martínez. Tras un dubitativo silencio el presidente mira gravemente a Jiménez:
-Creo que estos lances es mejor dejarlos para la familia.
Jiménez agarra con manos temblorosas la estaca y apunta hacia el pecho de su hermana.
-El corazón está al otro lado –interviene  Gutiérrez, el médico del Primero 2ª.
-Es por tu bien, Anita –murmura Jiménez y clava la estaca con todas sus fuerzas. Se produce un sonido como el de una rueda de bicicleta al pincharse y la hermana de Jiménez se convierte en un torbellino de cenizas humeantes.
Martínez propone ir a su casa, al Tercero 1ª, mientras rodea con un brazo paternal los hombros de Jiménez.
-Un buen café nos sentará bien. Y una copita ¿eh, Jiménez? Venga, lo peor ha pasado. Está usted entre amigos.
En casa del presidente de la escalera se extiende el olor de café recién hecho, vahos de coñac y fraternal camaradería. Sin embargo Sara, la esposa de Martínez, no puede evitar un caustico comentario sobre el nuevo vecino del ático; ese huraño astroso que nunca saluda a nadie cuando se le encuentra en la escalera: “Parece un drogadicto y no me extrañaría que lo fuera”.
En el ático el nuevo vecino se despierta de un letárgico sueño. Un clavo mal remachado le ha lastimado un hombro. Antes de volver a dormir decide procurarse un nuevo ataúd esa misma noche.
FIN
Menos mal que me callé la "bromita". Esta semana vinieron a comer a casa mi agente de Ilustration Stock con su mujer y su suegra, ellas son de Indiana y en la América rural es costumbre que cuando van como invitados a comer el anfitrión bendiga la mesa. Bueno, improvisé una plegaria: Lord, Thanks for this meal and bless this table... y luego les serví un plato exótico para los estómagos estadounidenses, conejo con caracoles.

miércoles, 1 de febrero de 2017

RELATO Y RECETA A LA GRIEGA

La semana pasada estaba aguardando a que el semáforo se pusiera verde cuando me abordó un extraño sujeto que me transmitió un apocalíptico mensajé:
Su aspecto -escuálido, revuelta cabellera y barba blanca- me recordaban a alguien... ¡Claro, Caronte! El barquero que llevaba a los difuntos al otro lado de Estigia a cambio del pago de un óbolo, uno de mis personajes favoritos de la mitología griega, y entonces me puse con este relato:
BILLETE DE IDA A LA LAGUNA ESTIGIA
La luna traza trémulos reflejos en las negras aguas de la laguna. Caronte aguarda ante la enorme proa en forma de cuña. La barca cabecea bruscamente por el oleaje sacudiendo a los mareados pasajeros que se apretujan a bordo.  El anciano barquero  discute con un guerrero que lleva la armadura ensangrentada y el cuello traspasado por una lanza:
 -¡Qué no, Héctor! Por muy héroe de la Guerra de Troya que seas no te puedo dejar subir a la barca sin pagar un óbolo como todo el mundo.
-Los aqueos ataron mi cadáver al carro de Aquiles y me arrastraron –dice Héctor-. Supongo que fue entonces cuando perdí el monedero.
-Se siente. Ya dejé subir por la cara a Hércules y me costó un marrón de un año de cárcel. Que esto es una democracia ateniense con sus normas y no una satrapía donde todos hacen lo que les sale de los pseftokefedes.
-¡Oh, Héctor! Si en la barca de Caronte quieres viajar, un óbolo tendrás que apoquinar – recitan unas mujeres con largas túnicas negras.
-¡Hala, ya has oído al coro griego! –Caronte señala con la pala del remo hacia la playa- Tendrás que vagar durante cien años por las orillas de Estigia y luego te dejaré subir gratis a la barca. Son las reglas. ¡Aire!
-¡No hay derecho, nos tratan como ganado! –protesta Psique vomitando por la borda.
-¡Si no está contenta váyase nadando, señora! –Caronte repara en un nuevo pasajero, un hombre de aspecto solemne que viste un manto de hilo egipcio-. ¡Isósceles! No te esperaba tan pronto.
-Ahora que había diseñado un triángulo tan cuqui… -se lamenta Isósceles depositando un óbolo en la mano izquierda de Caronte.
 Héctor se aleja cabizbajo y cuando comprueba que nadie le observa se esconde entre la oscuridad de un escollo. Desde allí distingue a un hombre canoso vestido con jersey de cuello cisne y tejanos que se dirige a Caronte con aire desenvuelto:
-¡Hola, buen hombre! Soy Tikis Mikis Teodorakis, el compositor. Sí, amigo. ¡Zorba el griego! -ejecuta unos pasos de sirtakis-. ¿No le suena? –Caronte le mira con hosquedad y no parece reconocerlo-. Mire, esto ha sido muy repentino. Estaba en el estudio de grabación y… bueno – Teodorakis rebusca en sus bolsillos-, ahora no sé si llevo suelto.
Héctor decide aprovechar la distracción de Caronte. Salta al agua, se agarra a la cubierta y de un ágil salto se deja caer en la popa ocultándose detrás de la caña del timón.
Agazapado, Héctor oye vociferar a Caronte:
-¡Le repito que no, señor Teodorakis! ¡Que no acepto Visa ni ninguna tarjeta de crédito!!!

FIN
¿NOS HACEMOS UNAS PSEFTOKEFEDES?
Son las típicas albóndigas griegas. Me gusta hacerlas yo mismo mezclando en un bol la carne picada, el pan rallado, concentrado de tomate, orégano y nuez moscada; pero si hay prisa se pueden comprar en la carnicería listas para freír. Lo importante es acompañarlas con la salsa Tzatziki:
Enharinar y freír las albóndigas en aceite bien caliente hasta que se doren. Dejarlas reposar sobre papel de cocina para eliminar el exceso de grasa.
Para preparar la salsa Tzatziki: pelar un pepino grande y quitarle las semillas, cortarlo a trozos y mezclarlo en un bol con yogur, 1 diente de ajo, 1 puñado de hojas de menta y un chorrito de aceite de oliva. Triturar todo en el vaso de la batidora y servir las albóndigas acompañadas del Tzatziki.