lunes, 20 de septiembre de 2021

EL ÚLTIMO CIGARRILLO

 

Había llegado el día en que Nicotino –Nico para los amigos- decidió dejar de fumar.

 Pero antes compraría el último paquete de cigarrillos. Caminando por un barrio que no solía frecuentar, en un amenazante callejón con escabrosas escaleras, descubrió una insólita tienda. Por su chisporroteante neón pensó que se trataba de un bar pero no, era una tabaquería, y su escaparate mostraba extrañas cajetillas que nunca había visto antes. Un paquete le llamó la atención “El último cigarrillo” se leía en la envoltura  encima de una ilustración que mostraba a un hombre con los ojos vendados ante un piquete de fusilamiento. Nico pensó que sería un  irónico punto final para su despedida del tabaco. Compró una cajetilla al dependiente, un hombre torvo y de aspecto correoso.

Al llegar a casa se acomodó en un sillón y encendió un cigarrillo. El pequeño mechero Bic ardió como un soplete de bolsillo amenazando con quemarle las pestañas.

Nico saboreó en el cigarrillo siguiendo al humo con su estela. De repente, un tirón misterioso recorrió su piel. Se sintió violentamente succionado, absorbido. El cigarrillo lo estaba fumando con violencia lanzando espantosas bocanadas de carne humana que enseguida se convertían en humo.

Horrorizado, Nico contemplaba su cuerpo desmoronándose en cenizas hasta que una voluta quedó suspendida en el aire y en el sillón no quedó más que un montón de hollín azulado.

FIN

MÉTODO KARL PARA DEJAR DE FUMAR . Historia real.

 Una noche de sábado, cada dos meses, tenía en casa una timba de póquer que duraba hasta el amanecer. Uno de mis compañeros de juego se llamaba Karl, un corpulento danés de 105 kilos de peso.

Cuando se sentaba a jugar la silla crujía y repartía cartas haciendo resonar sus gruesos nudillos sobre la mesa, pero  percibí algo distinto: no veía el cenicero que durante las partidas Karl atiborraba de colillas. En mi casa se puede fumar, naturalmente ¿Qué es una timba sin humo?

Hacia las seis de la mañana hicimos una pausa. Karl y yo coincidimos en la cocina y le pregunté cómo logró dejar de fumar.

-Pues gracias a mi mujer -Dijo Karl mientras sacaba unos botellines de la nevera-. Montserrat, ya la conoces.

 La conozco. Una mujer imponente. Karl siempre se ha sentido atraído por mujeres recias y autoritarias. El hecho de compartir nombre con una montaña ya sugiere dureza e inaccesibilidad.

-Empezó como un juego privado entre nosotros -Karl se despachó una cerveza en dos tragos-, cuando Montserrat entraba en casa y notaba el olor a tabaco se ponía muy seria y me decía: "Karl, ven aquí" Me ordenaba bajarme los pantalones, agacharme... y entonces me metía un dedo en el ano.

Karl ha conseguido hacerme alucinar en colores.

-Me introducía el índice en el culo -precisó Karl.

-Gracias, Karl, pero ya lo había pillado a la primera.

-Y lo cierto es que ha funcionado -me confirmó Karl cogiendo otra cerveza.

Volvimos a la mesa para jugar al póker , pero no podía concentrarme en el juego. Es lógico imaginándome al armario de Karl con sus 105 kilos, agachado, con los pantalones en los tobillos y el dedo barrenador de Montserrat alojado en su esfínter. Una demoledora visión que no conseguía apartar de mi mente. Ese día perdí más que nunca. 

¡Ha vuelto Melmoth!!!  VALORES CÍVICOS. 

Mi enorme paraguas me protege de la intensa lluvia. Delante de mí una mujer camina empapada. Lo primero que se me ocurre es ofrecerle cobijo y acompañarla muy gustosamente al lugar de destino. Esto es lo correcto, pero desecho de inmediato la idea. La cosa ya no está para ejercer de caballero. Lo primero que pensaría de mí es que soy un perturbado. 

 Subo a un autobús. Ocupo el último asiento que queda libre. En la próxima parada sube un achacoso anciano. De inmediato se apodera de mí el impulso de cederle el asiento, pero la experiencia me dice que ahora los ancianos son muy orgullosos y no les gusta sentirse humillados delante de todos los pasajeros, dejando en evidencia su vejez, y siguen demostrando empecinadamente de que todavía son jóvenes, capaces de aguantar de pie, aunque realmente no puedan. Bajo en la siguiente parada. Ha dejado de llover.  Me detengo en un paso de peatón. El semáforo está en rojo. Un ciego con bastón se detiene a mi lado. Tengo el impulso de ofrecerle mi brazo para ayudarle a cruzar la calzada, pero estoy escarmentado. A todos los ciegos que he intentado prestar mi ayuda la han desechado aduciendo airadamente que conocen muy bien su barrio. Antes de llegar a mi destino una vieja vagabunda me ofrece su vaso de cartón de Starbucks para que le eche unas monedas. De inmediato introduzco la mano en mi bolsillo pero me detengo bruscamente. He olvidado por un momento que ahora los mendigos tienen la desfachatez de contar las monedas delante de ti y como nunca quedan satisfechos de la cantidad ofrecida te insultan o te tachan de tacaño. Los actos cívicos y las buenas intenciones ya no cuentan. Todo ha cambiado y de momento no acabo de adaptarme a esta nueva situación de desconfianza, orgullo y rechazo por parte del necesitado. Llamo por el interfono. Le digo a ella que soy yo. Nos conocimos ayer por la noche en un bar musical. Hablamos y al final de la velada me dijo que era como si me conociera de toda la vida. Luego,  me invitó a cenar en su casa y aquí estoy. Ya en el ascensor me aseguro, por instinto, de llevar mi navaja de afeitar en el bolsillo del abrigo. No, no me conoce. Será mi décima víctima.

FIN

Un proyecto que me hace ilusión. Iván Valencia (derecha) director de cortos con el que trabajé en BLACK BOX, me ha pedido un cartel para una obra corta de teatro: Serendipia. 


LA RECETA: RIÑONES AL JEREZ. ¿Un poco de casquería? 

Poner los riñones en un escurridor y remojarlos en agua fría con el grifo a máxima potencia. Escurrir y dejarlos 1/2 hora en un plato con vinagre.
Pasar los riñones por un papel de cocina para que se sequen y saltearlos en una sartén con aceite. 
Cuando tomen color, rociar con jerez lo justo para que queden cubiertos. Añadir 1 hoja de laurel y dejarlos cocer con el fuego al mínimo durante 20 minutos. ¡Qué olorcillo...!
Aconsejo acompañarlos con arroz blanco y un buen tinto.





martes, 7 de septiembre de 2021

CUANDO EL DIABLO INVITA A COPAS

 

 El Gambrinus es un tugurio, pero es mi tugurio, y los he visto peores. Me acomodo en un taburete frente a la barra y en ese momento oigo una  voz meliflua a mi izquierda:

-Disculpe, caballero. Soy nuevo en el barrio y no conozco a nadie. ¿Me aceptaría una copa?

Lo examino. Mechones negros pegados a la frente estilo Frankenstein, barba mefistofélica y largo abrigo negro. Me hacen gracia sus modales anticuados que en el Gambrinus se ven tan fuera de lugar como Frodo en un congreso de orcos. Acepto la invitación. Hace una seña al barman:

-¡Chupitos! Absenta Blue Devil para mí y –se dirige a mí con un guiño-: ¿Cuál es su veneno? ¿Bourbon? ¡Bourbon Black Raven!

 El whisky –más caro de lo que me suelo permitir- pasa por mi garganta con un cosquilleo y me invade el plexo como una bomba de plasma etílico. De repente surge un recuerdo como un nubarrón que oculta el sol. Mi abuelo gitano cuando me advirtió: “Chico, si un desconocido te invita a beber no aceptes sin saber antes su nombre pues, en ese caso, es el diablo el que convida. Tendrás que corresponder invitándole a otra ronda y entonces se beberá tu alma junto con el licor.”

Me vuelvo para mirarle de nuevo. Ha apoyado una mano en la barra y sus uñas son negruzcas y muy largas; un centímetro más y podrían llamarse garras. Me invade un pánico que arde, como una llama imposible de extinguir. Balbuceo:

-¡Eeer…! Lo siento. Tengo que irme, es algo urgente.

-¿Urgente? ¿A la una de la madrugada? –dice el extraño-. Vamos, cuando alguien invita a una copa hay que invitar a la siguiente. Es una forma tácita de…

-Soy podólogo de urgencias –señalo mi móvil-, un caso letal de pie de atleta. A la próxima invito yo ¿de acuerdo?

 Me dirijo hacia la puerta, cuando agarro el tirador oigo una potente voz por encima de la estridente música que suena en los altavoces del bar. Es el extraño:

Quien bebe y no convida cría un sapo en la barriga! – y se dobla con una carcajada que suena como tijeras rasgando linóleo.

Un chascarrillo que no oía desde el colegio. Cuando salgo del bar me detengo en la acera y la fresca oscuridad me hace ver la situación más serenamente. “Mira que tomarme en serio las historias del abuelo –pienso-… venga, no quiero parecer descortés, voy a invitar a otra copa a ese hombre.”

Pero al girarme en dirección al Gambrinus siento un bandazo en los intestinos. Algo se remueve en mis entrañas, y desde lo más profundo de mis vísceras oigo un sonoro:

Croac!!!

FIN

NO PODÍA FALTAR EL HUMOR ARGENTINO DE FRODO

UN CONSEJO DEL PROFESOR SIBELIUS

LA RECETA:BERENJENAS A LA SICILIANA. Más fácil imposible. 

Aprovechar que es ahora la época de las berenjenas. Primero: cortar berenjenas por la mitad.

Cocer 20 minutos en el horno a 200º. ¡Qué olorcillo! También se puede añadir queso rallado. 
Foto: Silvina.