Todos los días desde que empezó el verano el hombre estatua maquillado y disfrazado como el Hombre de Hojalata de El Mago de Oz se sitúa en el centro de Las Ramblas, frente al mercado de la Boquería. Es un tórrido día de agosto. No tardan en rodearle un grupo de bulliciosos turistas japoneses que le disparan fotos sin descanso.
El calor provoca emanaciones tóxicas en la pintura plateada que el hombre estatua ya lleva semanas respirando. Esto- unido a su precario estado mental y los enervantes flashes de las cámaras- provoca lo irremediable: los cables se le cruzan del todo y se cree el auténtico Hombre de Hojalata. ¡Y el Hombre de Hojalata necesita un corazón!
Se dirige a toda prisa hacia el mercado donde hurta un enorme cuchillo de un puesto de carnicería. Regresa a su improvisado escenario y con la destreza de un cirujano hunde el cuchillo en el pecho de uno de los turistas japoneses extrayéndole el corazón.
Minutos después una pareja de policías se abre paso entre la barrera de curiosos y lo que ven les deja atónitos: el Hombre de Hojalata está sentado en el suelo con expresión de felicidad bovina y un ensangrentado corazón que sostiene a la altura del pecho. Él no ve a dos policías sino al León y al Espantapájaros que han acudido en su búsqueda. Con firmeza pero sin brusquedad los agentes agarran al Hombre de Hojalata y lo conducen hacia un coche patrulla.
Es entonces cuando el grupo de curiosos que sigue contemplando la escena descubren con asombro que por donde ellos tres pasan las baldosas de La Rambla se van tiñendo de amarillo.