miércoles, 21 de octubre de 2009

SOBRASADA


Recuerdo un día de pleno agosto en que entré en un bar de un calcinado pueblo cerca de Cádiz. El único bar de allí. Estaba más sediento que nunca y el dueño, enfrascado en un partido de hockey sobre hielo que ponían en la tele (debí topar con el único fan de ese deporte en kilómetros a la redonda) tardó una eternidad en servirme una cerveza. Algo parecido al protagonista de este divertido cuento de Sergi Pamies:
Entro en un bar. Pido un bocadillo de sobrasada y un agua sin gas. El camarero sólo me sirve el agua y se vuelve a leer el periódico. Pasan los minutos y me preguntó quien prepara mi bocadillo. En el bar sólo estamos él y yo. No hay ninguna puerta que comunique con una posible cocina. Carraspeo.
-Un bocadillo de sobrasada –digo por segunda vez.
El camarero cierra el periódico con desgana y suspira:
-Ahora mismo.
Justo entonces entra un grupo de hombres altos. Bromean. Piden diversas bebidas y hablan del calor. El camarero les atiende con eficacia. Me ignora, conversa con ellos sin prisas. Los hombres altos quieren otra ronda. Antes de servirles, el camarero me dice:
-Tranquilo. Ahora me pongo.
Vacía una botella de líquido azulado entre cuatro copas. Después, toma un cuchillo de cortar pan y comienza a cortar un panecillo oscuro. Le interrumpe uno de los hombres para preguntarle si vio el partido de ayer. Abandona el cuchillo. Cierra el puño y golpea la barra como si quisiera aplastar al árbitro de quien habla. No digo nada. Hay millares de bares en la ciudad y he tenido que elegir precisamente éste. El camarero repasa todo el bar en busca de la sobrasada y finalmente la encuentra bajo una bolsa de plástico. Corta tres rodajas. Separa la piel y las deja cerca del panecillo. Uno de los hombres altos hace una seña para indicarle que quiere pagar. El camarero se seca las manos en el delantal y se va a la caja. Recoge el billete, se rasca la calva, pulsa la tecla y el cajón se abre.
Volvemos a estar solos. Con el cuchillo aplasta meticulosamente la sobrasada. Suena el teléfono. Con la mirada le ruego que termine el bocadillo pero no lo percibe. Coge el auricular. Repite dos veces: “Haz lo que quieras”. Supongo que habla con una mujer. Y luego. “Si no lo entiendes, no es mi problema”. Cuelga. Regresa malhumorado. Se vuelve a por la aceitera y, sin querer, tira medio panecillo al suelo. Los dos blasfemamos, pero él en voz alta. Comprueba que no le queda otro panecillo. Pienso que ahora es el momento de pagar el agua y largarme. Demasiado tarde: ha sacado de la nevera dos rebanadas de pan inglés. Tengo la sensación de llevar horas. Otro en mi caso ya habría gritado, pero cuando tropiezo con la amorfa mirada del camarero me quedo mudo, incapaz de decirle que no se puede tardar tanto para preparar un miserable bocadillo. Ha conseguido extender la sobrasada sin cometer ningún desaguisado. Un chorro de aceite y ya está. Me lo sirve en un plato demasiado grande para el tamaño del bocadillo, como en los restaurantes de lujo. Lo miro. Un rectángulo de pan blanco en medio de un plato de cristal. No sé si morderlo, ya no tengo hambre, pero lo tomo y lo muerdo lentamente. Mis dientes se hunden en el pan blanco y no respiro para no percibir su sabor. Pienso en la sobrasada: carne de cerdo, cruda, amasada con pimienta roja y embutida en trozos repugnantes de intestino grueso. El bocadillo se me antoja una masa enorme y asquerosa que no puedo engullir. Saco un billete y le pido al camarero que cobre. Cierra el periódico con desgana y suspira:
-Ahora mismo.
Antes de que pueda recoger el billete, vomito ruidosamente. Le salpico la calva y el delantal.

3 comentarios:

joanbcn dijo...

Realmente cuantas veces nos hemos encontrado en situaciones así. Gente que en lugar de camareros de bar parecen más unos funcionarios de un obscuro departamento burocrático.

joanbcn dijo...

Y añadiría, como serán los camareros funcionarios? Los que trabajan en el Parlament, Cortes, ministerios y consellerias diversas. Igual de eficientes???

miquel zueras dijo...

Los funcionarios NUNCA son eficientes,Joan. Con eso de tener el curro asegurado, ya se sabe. Lo que me choca es ese sexto sentido que tienen algunos. Cuanta más hambre o sed tienes (como yo ese día en Cádiz) más canutas te las hacen pasar. Borgo.