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El estudio había decidido celebrar un sorteo entre los asistentes al estreno de The Vampire Lovers. El joven Dennis fue el afortunado que compró la entrada con el premio: una cena con Ingrid Pitt.
Al bajar del coche que le había dejado frente al local elegido Dennis le preguntó al chófer si no se había equivocado de dirección pero por toda respuesta el conductor cerró la puerta y arrancó a toda velocidad.
Estaba en la zona de los muelles, rodeado de lóbregos almacenes teñidos de hollín y justo enfrente de una casa de ladrillo rojo de apariencia algo más solemne que los negros edificios que la rodeaban. Cuando Dennis tocó el timbre le recibió un hombre de ojos acuosos y lentos movimientos. Cuando Dennis le mostró la tarjeta que le acreditaba como ganador aquella figura taciturna respondió con un vago gesto que el joven interpretó como una invitación para que le siguiera y arrastrando los pies le condujo a un agradable salón bien iluminado.
Ingrid Pitt estaba sentada en un extremo de una mesa decorada con candelabros. Dennis no podía hacer más que mirarla boquiabierto: más bella aún que en las películas, cabello castaño recogido alrededor de la cabeza formando una tiara griega, ojos violeta y un sedoso vestido rojo. Cuando Ingrid se levantó para saludarle Dennis vio sus medias con costura impecablemente vertical.
Empezaron a cenar en silencio el uno frente al otro. A su alrededor deambulaba un desastroso servicio de ocho silenciosos camareros vestidos de negro que parecían ausentes. Más que servir, dejaban caer indolentemente los platos sobre la mesa, pero Dennis estaba extasiado dejándose envolver con aquella larga mirada violeta. Apenas probó bocado, Ingrid dejó su plato intacto.
Sirvieron café. Un cadavérico camarero echaba una cucharada de azúcar tras otra en el café de Dennis hasta formar un islote en el centro de la taza. El joven estaba absorto contemplando aquella mirada aún más violeta. Ingrid le dedicó una sonrisa por encima de su taza de café. Sus labios rojos enmarcaban unos grandes colmillos y su mirada se volvió llameante.
Dennis se descubrió en el centro de un círculo de camareros de rostro ceniciento que se le acercaban tambaleantes. También mostraban enormes y afilados colmillos. Ingrid saltó sobre el paralizado Dennis clavando sus dientes en su garganta con gélida dureza.
Desde esa noche Dennis se convirtió en otro silencioso y desmañado camarero; aunque se advierte un destello de felicidad en sus ojos acuosos.