Mi amigo el cerebrito Ramón Guillamón del que ya hablé en mi entrada El tirador fantasma de Colón del pasado 13 de julio ha venido para nuestro mensual desayuno de tenedor. Hoy toca codornices a la ampurdanesa asadas al horno con vino rancio, aceitunas negras y romero. Una velada agradable hasta que Ramón insiste para que le vuelva a acompañar de cacería.
-Además nos trajiste suerte, Miqui, abatimos un magnífico jabalí. Pensé que experimentarías la emoción de la caza.
-Lo que experimenté fueron unas enormes ganas de echar la pota ¿Era necesario castrar al jabalí?
Ya te lo expliqué, si no se hace así la carne coge mal sabor. Somos cazadores sostenibles y comemos lo que cazamos -.Ramón rebaña un muslito de codorniz y esboza una sonrisa- ¿Te acuerdas de Sebas? Se quedó con los testículos y después de ahumarlos y curtirlos se hizo una bolsa para picadura.
Noto que me cuesta tragar el desayuno.
-Genial. Me pregunto qué tal le sentaría a Sebas que unos jabalíes sostenibles se hicieran un llavero con sus cataplines.
Prefiero cambiar de tema y enseño a Ramón dos propuestas para un libro del famoso Hombre Invisible de H.G.Wells.

-A mí no me la das, Miqui. Te gustaría ser invisible para colarte en probadores y sitios así y ver hermosas mujeres quitándose la ropa.
Es lo malo de tener amigos tan listos; no se les puede ocultar nada.
-Pues siento estropear tu fantasía de adolescente salido –prosigue Ramón-, pero si el hombre invisible existiera realmente será más ciego que un topo -. Al ver mi expresión de sorpresa añade-: Un ente invisible no puede producir el reflejo que la cornea necesita para crear visión; simple física, Miqui.

He conseguido un DVD de la curiosa película Invisible Agent (1942) prohibida durante el franquismo por su mensaje aliadófilo. El Hombre Invisible (John Hall) acepta una arriesgada misión en Berlín donde es perseguido por un pérfido agente japonés (Peter Lorre)