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En el verano del 93 me uní a un grupo de cocineros y aprendices para trabajar en un hotel de Neuenhof (Suiza) durante la temporada estival. Nos esperaban allí otro grupo de panaderos y reposteros alemanes. En total unas cuarenta personas trabajábamos en aquella enorme cocina dirigidos por una docena de hosteleros suizos.
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-¿Hacemos un concurso de sorber flanes?
Manos a la obra: formamos dos equipos, ocho españoles y otros tantos alemanes. Los suizos, siempre tan organizados, se ofrecieron como árbitros. Nos dieron a cada uno unos cartelitos con un número y un chico y una chica se sentaron frente a nosotros en una larga mesa con sendos lápices y libretas para apuntar los flanes que sorbiéramos. Nos sentíamos muy seguros -éramos jóvenes y teníamos buen apetito- pero los alemanes tenían un crack: Walter, el número cinco, un fornido jugador de rugby al que le faltaban los dos dientes frontales. El astuto Walter se quitó la prótesis para dejar más espacio libre en la boca.
-Now! -gritó la chica iniciando la competición.
Pronto nos dimos cuenta de que no teníamos ninguna posibilidad con Walter. Era un espectáculo ver aquel gigantón boqueando sobre los flanes y hacerlos desaparecer en un segundo, uno tras otro. Los suizos apuntaban cada flan en sus cuadernos con helvética precisión. Yo iba por los catorce flanes cuando me entraron nauseas. Recordé aquella película en la que Paul Newman se come en una hora cincuenta huevos duros por una apuesta.
-Che, Miquel! -me animaba Héctor- ¡No te rindas ahora, xiquet!
-No puedo más, Héctor. Salgo a que me dé un poco de aire porque si sigo viendo a ese teutón deglutiendo flanes vomitaré...
Y entonces ocurrió: Walter intentaba tragar una ingente cantidad de flan cuando un compañero suyo le dijo algo chistoso en alemán. Walter se congestionó, emitió un ruido de hipopótamo atragantado y sucumbió a un ataque de risa mientras expulsaba enormes trozos de flan por sus fosas nasales.
Me levanté apresuradamente al notar un geiser de flan a medio digerir que ascendía por mi esófago. Mis arcadas se mezclaron con carcajadas cuando vi a los dos suizos impertérritos con el pelo, la cara y el impoluto uniforme blanco salpicados de restos de flan y azúcar líquido procedentes de la nariz de Walter. Sin alterar su expresión circunspecta el chico dijo:
-Nummer Fünf. Disqualifizert! (Número cinco, descalificado)
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Salí como un rayo al jardín y agachado sobre un parterre de geránios experimenté la extraña sensación de vomitar y desternillarme al mismo tiempo con la imagen de aquellos dos suizos.
-¡Ja, ja, ja! ¡Brouaaaggsff! Jo, jo, juó! ¡Beurgggg! -¡Aun me parto al recordarlos!
Bueno, basta de escatología. Los postres no son mi especialidad pero a veces preparo este sencillo flan de queso:
Batir un bote pequeño de leche condensada con dos tazones de leche, 300 gr. de queso fresco de Burgos, 4 huevos, un yogur de limón y caramelo líquido. Poner en un recipiente para el Baño María e introducir en el horno a 250º. En una media hora estará listo.
La televisiva Cristina Tárrega sorbiendo un flan. En el mismo tiempo Walter se hubiera pulido cinco.