martes, 20 de abril de 2021

BORGO CUMPLE DOCE AÑOS

 Silvina también se ha apuntado al evento.

Doce años, ya... gracias, muchísimas gracias a todas y todos por dar vida a este blog con vuestros comentarios siempre tan interesantes de leer. Gracias por opinar, comentar o simplemente echar un vistazo por aquí. Lo que empezó como una ventana donde mostrar mis ilustraciones –esa era la idea- también me ha ayudado para compartir con más gente mis anécdotas, relatos, curiosidades y frikadas varias.

Un hombre conduce por una carretera desierta. Al cabo de un rato, mira extrañado el reloj. Por la hora que es, debería haber llegado ya a su destino. De repente, algo llama su atención. Mira por el espejo retrovisor y no ve ningún coche. A su derecha aparece una valla publicitaria de neumáticos. Algo no va bien. Pone el cuentakilómetros a cero, mira la hora y retoma la marcha con mil ojos por si aparece algún desvío que antes se le haya pasado por alto. Cuando lleva recorridos 31 kilómetros vuelve a aparecer la misma valla. ¿Qué demonios está pasando? Está asustado. Vuelve a poner el cuentakilómetros a cero y acelera todo lo que puede, pero da igual porque a los 31 kilómetros vuelve a encontrarse con la valla.

 A Gualdo esa historia la contaba siempre su padre. Todas y cada una de las veces que lo hacía él le preguntaba qué pasaba al final. Su padre respondía: ¿Al final? no hay final ni pasa nada más, se queda allí dando vueltas y más vueltas… “Es como un bucle”.

Aquello le alteraba tanto que acababa enfadado con su padre. En su cabeza no tenían cabida las historias sin final.

Cuando se lo comentó a un amigo éste le dijo que podría ser un cuento de Cortázar. Compró una antología que incluía La autopista del Sur. Gualdo lo leyó mientras fumaba su segundo paquete del día y sólo se parecía al cuento de su padre en lo absurdo de la historia. Todo el libro le pareció un sinsentido: un cuento en el que entraba más gente de la que salía en el subterráneo de Buenos Aires, o ese otro en el que dos hermanos van perdiendo su casa poco a poco porque una presencia extraña la va tomando… ¡y todos terminan sin una explicación de lo que está ocurriendo! Un bucle… excusas de alguien que no sabe cómo terminar un cuento.

 Un soleado sábado de marzo Gualdo decidió salir a dar un paseo. Cuando Intentó salir de casa no lo consiguió.  

Cada vez que abría la puerta no encontraba el portal –vivía en una planta baja-  sino el recibidor que en  aquel momento intentaba abandonar. Volvió a intentarlo una vez más: abrió la puerta, todo estaba oscuro, palpó la pared buscando el interruptor de la luz del porche. No consiguió encontrarlo. En cambio encontró el perchero y el paragüero. Volvía a estar en el recibidor del que acababa de salir y de espaldas a la puerta de salida.

No, no podía salir de su casa.

Se dirigió al comedor y vio por la ventana a su vecina Magenta que corría hacia casa llevando un carro de compra atestado con rollos de papel higiénico. Gualdo intentó abrir la ventana para pedir auxilio pero estaba herméticamente cerrada. La vecina, al verle, gritó para hacerse oír por encima de la mascarilla:

-¡Vecino! ¿Se ha enterado? ¡Hay una pandemia, un virus llamado Covid nosecuántos! ¡Estamos confinados sin poder salir de casa!

Un confuso Gualdo sólo acertó a murmurar:

-Vaya un bucle de cien pares de…

FIN

Melmoth nos ofrece su versión de dos conocidas leyendas urbanas:

SLENDERMAN, LA CANGURO Y UN GATO

 La canguro le ha tocado esta noche quedarse con Luisito. Lleva por lo menos tres porros en su cuerpo y está medio dormida tumbada en el sofá mirando con ojos entrecerrados un aburrido reality show. Se levanta para hacerse un cola cao y coge a Simón, el gato de la casa, creyendo que es la jarra de leche, y lo introduce en el microondas. El Slenderman tiene previsto venir a esta casa para llevarse a Luisito. Entra en ella con facilidad y malos pensamientos. Se dirige a la habitación de Luisito, pero al oler a gato recién cocinado, cambia de dirección. No se había dado cuenta, hasta ahora, lo hambriento que está, a pesar de la creencia popular de que no tiene boca. Abre la tapa y coge el gato chamuscado. Se lo introduce en su enorme boca, salida de la nada y llena de dientes afilados y se lo come con dos mordiscos. Se chupa sus largos dedos. Cree que el gato ha sido cocinado para él y se siente tan agradecido que decide no llevarse a Luisito sino a la estupenda cocinera.

FIN

Frodo y su inconfundible humor argentino.



PROFESOR SIBELIUS

Y aquí seguimos cocinando: TABULÉ. Foto: Silvina
Para esta ensalada libanesa necesitaremos:
Sémola de cus cús, zumo de tomate, pepino, pimiento rojo y verde, tomates, cebolla, 1 limón, perejil y hojas de menta.

Poner la sémola en una ensaladera o un cuenco grande y echar el zumo de tomate con un chorro de zumo de limón. Dejarlo reposar todo durante media hora para que la sémola se vaya hinchando e impregnando bien con el zumo.

Pasado este tiempo ir cogiendo bolas de sémola y desmenuzar con las manos para que no queden grumos. Picar las cebollas muy finas así como el perejil (mejor que el perejil sea abundante) y las hojas de menta. Cortar los tomates y el pepino lavado pero sin pelar. Añadir todo este picadillo al tabulé junto con un buen chorro de aceite, sal al gusto y remover todo el conjunto antes de guardarlo en la nevera. Aconsejo dejarlo reposar una hora. Queda muy bien para acompañar carne a la brasa. 










miércoles, 7 de abril de 2021

¿BLANCO O TINTO? Y UN RELATO DE MELMOTH

 

Cuando tiraron la bomba Berto estaba buscando el vino adecuado.

A Berto le gusta Berta. Pero a Berta no le gusta Berto del mismo modo. Berta le propuso que fueran amigos y Berto aceptó esa amistad de sala de espera confiando secretamente en que el tiempo cambiaría la situación.

 Berta le había invitado a cenar. No sabía cuál era el plato pues era una cena sorpresa; a ella le gustaban esos  juegos. Convinieron en que él traería el vino. Berto se detuvo indeciso frente a la licorería ¿qué vino sería el adecuado, blanco o tinto? Era una cena sorpresa, no podía saberlo. Resolvió llamar a Berta para consultarle que vino acompañaría mejor lo que fuera que había preparado. No le quedaba saldo en el móvil pero había una cabina telefónica en la esquina. Cuando entró en la cabina experimentó una curiosa sensación de salto temporal, hacía años que no telefoneaba desde una cabina callejera. Puso tres monedas de veinte céntimos. Al otro lado descolgaron el auricular y Berto volvió a oír aquel olvidado ruido metálico de monedas deslizándose hacia el interior. Aún llegó a escuchar la voz de Berta “¿Diga?” cuando se oyó una pavorosa explosión, luego la línea se cortó.

Berto miró por entre los anuncios pegados a los cristales de la cabina. Vio un resplandor lejano en otro barrio, a quilómetros de allí. A su alrededor miles de objetos eran arrojados por todas direcciones como en el interior de un huracán. El aplastante ruido se había convertido en un sordo rumor quizás porque ya no cabía en nuestros cerebros. Aquella monstruosa ola de luz blanca que mascaba millones de grados de calor se acercaba babeando, hinchada de electricidad.

Y encima la cabina se había tragado las monedas.

FIN

¡Vuelve Melmoth con un fantástico relato basado en una conocida leyenda urbana!

UN COCODRILO EN EL VÁTER

Iba yo, muy bebido conduciendo mi Renault 5 hacia mi casa por una carretera secundaria para evitar los controles de alcoholemia. Eran las dos de la madrugada. De repente vi en una cuneta a una chica haciendo autostop toda vestida de blanco nuclear. Los focos del coche intensificaron el resplandor de su vestido. No dudé en detenerme para recogerla y así evitar que un loco la recogiera y le hiciera daño. Ella abrió la puerta y se sentó muy decidida. Aceleré realizando bruscas y peligrosas cuervas. Estaba muy borracho. Llevaba encima por lo menos treinta cubatas. La chica me miró espantada y me preguntó por qué había hecho eso. La miré por el rabillo del ojo y supe que se trataba de ese rollo de la chica muerta de la curva y allí estaba para salvarme el pellejo. Así se lo dije y se puso a reír.

 -No me jodas, tío. Estás como una cabra – me espetó -. Solo quería encontrar a alguien que pudiera desatascar mi váter. Hace unos días arrojé por él una asquerosa cría de cocodrilo ya bastante crecidita. Me la regaló el estúpido de mi novio. Ahora cuando cago y tiro de la cadena la mierda sube flotando con el agua amenazando con verterse por toda la puta casa.

- ¿Y estás a las dos de la madrugada al borde de una carretera secundaria buscando a alguien que te pueda desatascar el váter?

-Es que tengo insomnio.

- ¿Por qué no llamas, cuando sea de día, a un fontanero? También podrías llamar a tu novio. ¿La cría de cocodrilo no se come la mierda? Podría servir de desatascador…

-He dejado al idiota de mi novio y no tengo para pagar al puto fontanero. Y, supongo, que el cocodrilo está muerto.

- ¿Vives sola?

-Sí. Por favor, ¿podrías desatascar el váter? Temo que la mierda inunde mi casa y ya tengo demasiada en mi maldita vida.

 Hubiera preferido haber recogido a la chica muerta de la curva. Al menos me hubiera ahorrado trabajo. Giré sin poner intermitente (llevaba mucho tiempo sin funcionar). La chica me indicó la dirección de su casa. Vivía bastante retirada de la carretera. Me adentré por un camino estrecho y lleno de piedras. Temí pinchar una rueda porque nunca llevaba la rueda de repuesto.

Era una casa normal dentro de lo anormal de la situación. No paraba de pensar en mi mujer. Cuando le contara el motivo de mi retraso no se lo creería. Es lo que tiene la verdad; que siempre es increíble y de ahí que tengamos de inventamos constantemente cosas más imposibles para que los demás se las crean. Entramos en la casa. Ella cerró con llave y me dijo que esperara un momento. Desapareció por una puerta. No pasó ni un minuto cuando volvió a acompañada de un enorme cocodrilo caminando como un chulo debido a sus cortas patas. Ella le dijo:

-Venga, Juancho, la cena está servida.

FIN

RECETA DE PRIMAVERA: PASTA CON PESTO VERDE

Aprovechemos que es la época de la albahaca fresca para hacer una rica salsa pesto.

Mientras ponemos al fuego el agua salada poner en el vaso para la batidora 100 gr. de hojas de albaca, 2 dientes de ajo pelados, 2 cucharadas de queso parmesano rallado y un chorrito de aceite de oliva. Saltear en la sartén 50 gr. de piñones y, justo cuando se vean tostados, añadir a la mezcla y triturar en la batidora. Cocer la pasta, escurrir y servir con la salsa por encima.

Existe otra variedad: el pesto rojo. Se prepara igual pero añadiendo unos cuantos tomates secos, de los envasados en aceite y triturar con el resto.