No había mucha gente en la piscina del hotel ese sábado por
la mañana. Sólo dos tumbonas ocupadas por una atractiva mujer cerca de los
treinta años y un hombre maduro de aspecto juvenil, aunque delataban su edad
los pelos blancos del antebrazo y el hecho de estar leyendo un periódico. En el
bar, bajo un toldo amarillo, una chica veinteañera con un pareo sobre el bañador bebía de un vaso
con sombrilla de papel.
Un joven atractivo y bronceado avanzó rápidamente por el borde de la piscina
y se paró frente a la chica. Con el tono entusiasta del que acaba de hacer un
descubrimiento le dijo:
-¡Hola! ¿Eres de Piedrasblancas, verdad?
-¡Sí! –dijo la chica con una cantarina sonrisa musical
–media octava-. Tu cara me suena, pero no estoy segura. Me llamo Magenta.
-Yo tampoco soy muy fisonomista –contestó él-. ¡Magenta! Ahora
empiezo a recordar… Yo soy Índigo. Mis padres llevaban la tienda de deportes de
Piedrasblancas, en la calle mayor.
-¡La tienda Sprinter de Piedrasblancas! Habré estado allí un montón de veces… tu padre
tenía un bigote gris, y gafas…
-¡Eso es!
La mujer de treinta años advirtió que el hombre de la
tumbona de al lado parecía escuchar a la pareja, mirándolos por encima del periódico con una
sonrisa burlona, mientras seguían conversando.
-¡Ah, claro! –concedió la chica-… eres un poco mayor que yo
y no tuvimos los mismos profesores en el instituto. Seguro que coincidiste con
miss Dickinson.
-¡Claro! Mi profesora de inglés. Era una histérica, pero
buena persona. ¿Cómo es que nunca nos vimos en la piscina municipal?
-Magenta ¿damos un paseo hasta la playa?
La pareja se alejaba y el hombre maduro dejó escapar una
risita desdeñosa que la mujer de treinta años no supo interpretar. Como si
hubiera advertido su curiosidad él sacó un paquete de cigarrillos, le ofreció
uno que ella rehusó y al encenderlo le dijo:
-¡Vaya par de comediantes! Está claro que el joven quería
ligar con la muchacha. Le soltó lo de Piedrasblancas esperando que ella dijera:
“No, no soy de allí” y entonces él respondería: “Ah, es que eres exacta a una
chica de mi pueblo”. Pero ella decidió seguirle el juego, supongo que para
divertirse o porque le gusta ese panoli, y se han puesto a recitar nombres
inventados. ¡Piedrasblancas! –resopló-. Ese pueblo no existe.
-¿Y usted, como lo sabe? –inquirió la mujer.
El hombre maduro desplegó su periódico con un sonoro flop
antes de responder:
-¡Porque soy del pueblo de al lado!
FIN
EL PROFESOR SIBELIUS SE VA DE VACACIONES
Esta es una de las primeras portadas que hice, con la desaparecida Editorial Zendrera. Dos hombres compiten por una mujer cocinándole deliciosos platos griegos (el amor a veces se conquista por el estómago) éste es uno de ellos: BERENJENAS SALÓNICA CON GAMBAS.
Cortar las berenjenas por la mitad, ponerlas con la piel hacia arriba y cocer en el horno a 200º unos 15 minutos.
Mientras se enfrían las berenjenas, pelar las gambas y freír en aceite las cabezas (para dar sabor) Quitar la carne de las berenjenas con cuidado para no perforar la piel. Freír las gambas en el mismo aceite, añadir la pulpa de berenjenas con ajo picado, alcaparras y 1 copa de vino blanco.
Rellenar las berenjenas con esta mezcla, cubrir con queso rallado y gratinar 5 minutos en el horno.
Staikos, el autor, me envío un vídeo que colgó en Youtube. Su padre actuó de extra en la película Los cañones de Navarone que se filmó en Grecia. Esta es su escena. "Es una escena corta -me dijo Staikos-, ¡pero no todo el mundo puede decir que a su padre le disparó Gregory Peck!