Mi amigo Colombo, compañero de redacción en mi periódico
digital, me telefonea para rogarme que me pase por su casa. Parece muy
inquieto. Nada más entrar me pregunta:
“¿Has visto palomas en el portal?” Entonces recuerdo su último artículo “Ratas
con alas” acerca de las palomas, de la manera como están invadiendo las calles
portando enfermedades y empezando a acosar a los transeúntes. “Hay que exterminarlas, como periódicamente
se desratiza”; escribió.
Todo empezó al día siguiente de la aparición del artículo. Colombo
estaba sentado en una mesa en la terraza de una plaza cercana tomando una
cerveza. De repente, reparó en una paloma que, parada junto a sus pies, lo
miraba fijamente de perfil, con un solo
ojo. Se sintió extrañamente inquieto, así que apuró apresuradamente su cerveza y decidió
volver a su casa mientras las palomas –doce, veinte, treinta, cada vez más- avanzaban
con rapidez y se situaban a su altura, crac, zlu, zlu, crac.
De golpe, los pájaros se convirtieron en un tupido remolino
ascendente y luego en una veloz formación punta de lanza que se abalanzó sobre
él, atacándolo furiosamente a aletazos y cagadas. Echó a correr hacia su casa
llegando cubierto de excrementos y con un picotazo sangrante en el cuello.
-¡Son ellas! –grita Colombo de repente señalando la ventana.
Al girarme veo a un numeroso grupo de palomas que parecen
gigantes con las sombras que el sol de la tarde proyecta sobre las cortinas
picoteando furiosamente los cristales de
la ventana.
Al día siguiente, en la misma plaza, Colombo sufre un ataque
de las palomas mucho más cruento. Cuando los transeúntes consiguen ahuyentar a
los bichos Colombo apare tirado en el suelo cubierto de cagadas y acribillado a
picotazos. Poco después mi amigo fallecía en un hospital a causa de una
infección desconocida.
Decido acercarme por el bar de la plaza donde tantas veces
coincidía con Colombo. Uno de los habituales de la terraza es un vecino con
silla de ruedas que pasa muchas horas allí. Al quedarse inválido, se había
convertido en un observador empecinado de la plaza y las palomas. Conversamos,
me dice que había presenciado algunos ataques de palomas contra gente que las
maltrataba. “Se diría que las palomas los advertían primero humillándoles con
sus excrementos; luego venían los picotazos.” Cuando le cuento lo de mi amigo
me responde tajante: “Las palomas no leen diarios digitales”.
Poco después celebramos un acto de recuerdo por Colombo en
la sede del periódico. Es como un
velatorio, pero con cerveza y picoteo. Tórtolo, el redactor, me dice: “Nos
quedamos su ordenador, ya sabes que andamos cortos de presupuesto. Quizá
quieras quedarte esto”-y me entrega el disco duro.
Cuando salgo a la calle aparece sobrevolando una multitud de
furiosas palomas. Quedan un momento suspendidas en el cielo y se lanzan hacia
mí en picado. Sus alas producen un terrorífico ruido silbante al rasgar el
aire. Entonces reacciono: “¡El artículo! ¡Debe estar en el disco duro!”
Arrojo el disco duro a un contenedor. Cientos de palomas se
lanzan histéricas contra el verde recipiente profiriendo chillidos que más
parecen de gaviotas picoteando furiosamente la tapa.
Me refugio en un bar, saco el móvil y telefoneo a la
policía. Me identifico como director de un diario y les ruego que saquen un
objeto peligroso, un disco duro, de un contenedor.
-Las palomas pueden resultarles un peligro. Vengan con equipo antidisturbios.
¿Cómo? No, ni estoy drogado ni es una broma.
FIN
MELMOTH: EL PISAPAPELES DE NIEVE
Conocí de niño a un viejo que llevaba coleccionando
pisapapeles de nieve desde hacía
muchísimos años. Su bola más querida era, precisamente, la que más le había
costado conseguir, pagando por ella una fortuna. Fue construida por su inventor
el austriaco Erwin Perzy III a principios del siglo XX. Se trataba simplemente
de una montaña nevada con una especie de alce en medio de ella. Agitabas la
bola y se ponía a nevar. Nada más. Recuerdo que cuando murió el anciano su hijo
mayor puso en el ataúd un pisapapeles para que su padre se lo llevara al más
allá y lo agitara cuando estuviera aburrido. Una vez la hija menor, mi amiga de
la infancia, estaba fregando la habitación de sus padres y cuando introdujo el
mocho por debajo de la cama salió rodando una bola cubierta de pelusilla gris.
La cogió, sopló y vio en su interior una montañita cubierta de nieve y en medio
un reno con las dos patas delanteras levantadas. Subido en él estaba su abuelo
a modo de cowboy agitando un sombrero texano y sonriéndole. Se asustó y agitó
la bola, nevó haciendo desaparecer a su abuelo. Cuando se aposentó la nieve
solo estaba el reno mirándola estúpidamente. La chica agitó la cabeza como
queriendo desprenderse de una tonta alucinación y, a petición de su madre, esa
bola fue a parar a la basura junto con las demás bolas de nieve.
Todo esto me lo contó
esa chica que ahora ya tiene cincuenta años. Me dijo que cree que su abuelo la
estaba saludando a través de la bola de nieve y que hoy se siente culpable por
haber hecho caso a su madre tirando todas las bolas a la basura.
FIN
¡AQUÍ ESTÁ FRODO!
LA RECETA: POLLO CON SALSA DE CEREZAS
¡Vamos a aprovechar la fruta de la temporada! (Foto: Silvina)
Sofreír los trozos de pollo en aceite, retirarlos cuando se vean dorados y sazonar con sal y pimienta.
En el mismo aceite freír 1 cebolla y 1 zanahoria cortadas finas.
Deshuesar 1/4 de kilo de cerezas.
En el bol de la batidora poner la cebolla, la zanahoria cocidas, las cerezas, 1 cucharada sopera de piel de limón rallada y 1 vaso de vino blanco o jerez.
Triturar todo con la batidora. Volver a poner el pollo en la sartén o cazuela, añadir las cerezas que se habrán convertido en una masa cremosa, tapar y cocer todo junto a fuego mínimo 20m.