viernes, 26 de febrero de 2021

AL ESTILO ROALD DAHL

 

Doce de la noche.  Juno esperaba frente la salchichería Baviera como un buen perro cazador, con la nariz manteniendo el olor de su presa. Sabía que los viernes, a las doce, el local cerraba sus puertas y se quedaba un solitario empleado esperando a que el dueño llegara para recoger la recaudación unos quince minutos más tarde.

 Juno trabajó allí durante un breve tiempo hasta que lo sorprendieron robando dinero de la caja, pero antes se había procurado una copia de la llave de la puerta, la guardaba en el bolsillo derecho de la cazadora. En el izquierdo llevaba una pistola P- 38 de imitación, fabricada antes de que la ley obligara a pintar de naranja la bocacha de las pistolas falsas. Imposible distinguirla a simple vista de un arma verdadera.

Los últimos clientes salieron del Baviera. Sólo quedaba en su interior un muchacho de dieciocho años  de cara franca y expresión confiada. “Mauro, el estudiante de medicina” Recordó Juno. Mauro estaba depositando sobre el mostrador una gran bandeja de salchichas congeladas. Aunque las autoridades sanitarias lo prohibían dejaban fuera las salchichas cuando cerraban para que se descongelaran durante la noche.  Mario se sentó a tomar café y leer una novela saboreando su taza caliente y la apacible tranquilidad del restaurante vacío.

 Juno miraba fijamente las puertas del local. Las aceras se veían brillantes y desiertas bajo las farolas. Cruzó la calle a paso ligero. Dio la vuelta a la llave en la cerradura. La puerta de la salchichería se abrió con un leve sonido metálico que repercutió largamente en la calle envuelta en silencio. Juno dirigió con soltura la pistola hacia Mauro que lo miraba con ojos desorbitados a través de sus gafas.

-¡Vamos, rápido! – se impacientó  Juno-.  ¡Dame todo el dinero!

-Sí, ahora mismo…  -dijo Mauro conciliador. Guardó la novela en el bolsillo de su chaquetilla y se dirigió hacia la caja.

Juno no apartaba la vista de  Mauro que pulsaba el botón para abrir la caja registradora. No advirtió que su otra mano agarraba una salchicha de la bandeja  -una Wurstel Selva Negra de 21 centímetros, la mayor de todas-  mientras Juno se repetía “Rápido, rápido” como una silenciosa oración.

Cogiendo desprevenido a Juno, Mauro le lanzó un fuerte golpe en la muñeca con la salchicha. Aquel Wurstel congelado tenía la dureza del acero. Juno, con los ojos desorbitados por el dolor, vio que había dejado caer la pistola. Cuando se precipitó a recogerla Mauro le asestó un segundo golpe de Wurstel en el cráneo. El estudiante sabía dónde golpear: en el centro del hueso frontal. Juno perdió el conocimiento y se sumergió en una profunda oscuridad.

Mauro salió apresuradamente del local, bajó la persiana metálica y sacó su móvil:

-¿Policía? Llamo desde el restaurante Baviera. Tengo un asaltante encerrado. Posible conmoción cerebral. Traigan un equipo médico.

Al día siguiente Mauro comentaba el suceso con sus amigos. “Cuando el ladrón irrumpió en la salchichería yo estaba leyendo Relatos de lo inesperado de Roald Dahl en una edición inglesa, la había comprado para perfeccionar el idioma. En ese momento acababa de leer Cordero asado; un cuento en el que una mujer asesina a su marido usando como arma una pierna de cordero congelada. Un buen libro, aunque no me gusta la ilustración de la portada de un tal Zueras, alias Borgo. “

FRODO Y SU HUMOR ARGENTINO. 


LA RECETA: CHULETAS CON MANZANAS. Foto: Silvina.
Dorar chuletas de cerdo en una sartén y cuando se vean doradas reservarlas en un plato y sazonar con sal y pimienta.
Cortar las manzanas deshuesadas en láminas (yo las prefiero de las verdes y ácidas y con piel) Freír las manzanas en el mismo aceite en que se ha dorado la carne. Cuando han tomado color añadir las chuletas y un vaso de vino blanco.
Tapar la sartén y dejar cocer a fuego mínimo durante diez minutos. 
Aconsejo acompañar el plato con puré de patatas. 





lunes, 15 de febrero de 2021

EL LENGUAJE DE LOS CÓMICS

 

Anacleto se incorpora bruscamente en la cama despertando a Hermenegilda. “¿Qué pasa, Anacleto?” dice una soñolienta voz a sus espaldas.

-¡Herme, oigo roncar a alguien en la habitación! Tú nunca roncas y yo aún no me he dormido.

Anacleto enciende la luz de la lámpara de la mesilla y no puede creer lo que ve. Sobre la alfombra hay un tronco atravesado por una sierra. Sus cortes rítmicos sugieren el ritmo de los ronquidos y del madero surge la letra ZZZZZZZ…

-¿Pero qué es eso? – Exclama Anacleto y en ese momento sus palabras aparecen escritas con letra Comic Sans en un gran globo blanco con un rabito apuntando hacia su boca. Mira alternativamente el tronco y el espejo sobre la cómoda. Su imagen reflejada aparece con una enorme bombilla sobre su cabeza. Ha tenido una idea. “¿Serán las pastillas?”

Anacleto se precipita hacia la cómoda y abre el cajón donde ha guardado las píldoras para dormir, hoy ha tomado la primera. Casi nunca lee los prospectos, ahora lo hace:

Somníferos del Doctor Cataplasma. Posibles efectos secundarios: puede tener alucinaciones con íconos de los comics o tebeos.

 “¡Aaaah… ahora lo entiendo!”-piensa Anacleto-, pero como está frente al espejo ve la frase tal que así: las letras invertidas en un globo en forma de nubecilla y unos evanescentes círculos en lugar del rabito. Hermenegilda se le acerca, Anacleto ve corazones que brotan de sus pechos y giran alrededor de su cabeza.

-Ven, Anacleto… conozco un remedio mejor que los somníferos -. Hermenegilda toma unas píldoras de vitaminas que aumentan considerablemente la libido, pero no lo sabe porque tampoco lee los prospectos.

Anacleto y Hermenegilda se entregan al sexo salvaje. Anacleto se excita muchísimo al ver todas esas onomatopeyas: ¡Aynnsss! ¡Chof! ¡Arf! ¡Chof! revoloteando. Los muelles de la cama chirrían con estrépito.

Zipi, el hijo adolescente, se despierta al oír los ruidos. Zape, su hermano gemelo, tiene el sueño muy profundo. “Es en la habitación de los papás” –piensa-, “allí guardan las joyas. ¿Habrá entrado un ladrón?”

Zipi se calza las zapatillas y se dirige a echar un vistazo. La puerta de la habitación está abierta y Zipi se queda patidifuso al ver a su padre desnudo encaramado a una lámpara. Su madre, también desnuda, está tendida en la cama jadeando como un podenco.

Anacleto mira hacia la puerta. En lugar de su hijo lo que ve son unos enormes zapatones que saltan hacia atrás y un globo con una exclamación: ¡Sapristi!

Este relato se me ocurrió al volver a encontrar esta foto. Yo con 14 años, babeando ante Ibáñez que me está firmando un ejemplar de Mortadelo y Filemón. 

Ésta fue la dedicatoria:

Silvina y yo hemos revisado un cuento infantil a cuatro manos: 
TRES TRISTES TIGRES
Tras mucho trigo tragar en el trigal, tres tristes y sedientos tigres marcharon al bar. 
Hasta las cuatro y media que los tuvieron que echar. 
LA RECETA: HÍGADO ENCEBOLLADO
Como ayer fue 14 de febrero el hígado tiene forma de corazón. Foto: Silvina.
En una cazuela o sartén honda verter aceite de oliva hasta cubrir el fondo.
Cortar fina la cebolla y dejarla pochar en el aceite.
Reservar la cebolla cuando tome color. Saltear los filetes de hígado en el aceite durante 1 minuto. Cuando se vean dorados añadir vino blanco, perejil picado, la cebolla y reducir el fuego para que no se pegue la salsa. 
Cuando la salsa se haya reducido un poco retirar del fuego y servir rápido para que el hígado no quede seco.
Queda muy bien acompañado con ensalada verde.





 


viernes, 5 de febrero de 2021

PALMO MÁS O MENOS

 

Ofidio Villegas era un apasionado de las serpientes. Un amigo le facilitó la dirección de una granja donde vendían clandestinamente especies exóticas, allí tenían una Ophiophagus (literalmente: serpiente que devora serpientes) de casi tres metros de longitud. Quitaron la calefacción del terrario para que la serpiente entrara en letargo y Ofidio pudiera llevársela a casa.

Una noche Ofidio se despertó bruscamente. Dos puntos luminosos brillaban en la oscuridad de la habitación, la serpiente le observaba desde los pies de la cama. No había cerrado bien el terrario. Se acercaba, sus ojos ahora eran como chispas eléctricas que irradiaban agujas luminosas. El animal fue reptando por la cama hasta situarse completamente paralelo a Ofidio. Parecían mirarse frente a frente. Su ancha mandíbula se apoyó en la almohadilla mientras su largo cuerpo escamoso se extendía sobre la colcha dejando la cola enroscada en el suelo. Ofidio no se atrevía a moverse. Los ojos del reptil emitían ahora anillos concéntricos que se desvanecían como pompas de jabón,  se acercó un poco más y sacó su lengua bífida cosquilleándole la nariz.

 -Es una muestra de afecto –pensó Ofidio-.¿Porqué no? Hasta las serpientes pueden demostrar cariño como otras mascotas.

Quizás la serpiente tenía poderes hipnóticos, el caso es que Ofidio entró rápidamente en un dulce y profundo sueño barbitúrico mientras los vidriosos ojos de la bestia seguían observándole fijamente.

Al situarse frente a Ofidio la serpiente ya había comprobado que podría digerirlo sin problemas. Le sacaba un metro, palmo más o menos. Se dijo:

En cuanto esté profundamente dormido me enroscaré en su cuello hasta asfixiarlo y lo engulliré. Será muy fácil.  

FIN

UN CONSEJO DEL PROFESOR SIBELIUS

¡FRODO Y SU INCONFUNDIBLE HUMOR ARGENTINO!

¡MELMOTH Y SUS ENTRAÑABLES PERDIDOS Y EXTRAÑOS!

Un Perdido muy sensible se introdujo por error en un lugar donde colgaba un gran cartel que decía: NO SE RESPONDE DE OBJETOS PERDIDOS. Se marchó cabizbajo y en silencio.

***

Se había preparado tanto aquel Extraño. Estaba tan bien ejercitado para la Vida que de un imponente salto de la dejó atrás.

***

Un Perdido huía hacia un lugar remoto para esconderse del mundanal ruido. Al fin lo encontró en El Confín del Mundo. Pero no llegó nunca a saber de dónde procedían tantas voces.

***

LA RECETA: SARDINAS AL HORNO. Foto: Silvina.

¿No queréis cocinar sardinas por el mal olor que dejan en la cocina? Esta es una buena solución: hacerlas en el horno.
Pedir en la pescadería con tu mejor sonrisa que limpien las sardinas quitándoles la tripa. 
Cubrir el fondo de una fuente con papel de horno y sobre él ponemos una fina capa de sal gorda (las sardinas quedan más sabrosas y no se pegan) mientras majamos en un mortero 1 diente de ajo, perejil picado y un chorrito de aceite de oliva. Precalentar el horno a 200º.
Poner las sardinas en la fuente, rociarlas con el majado  y dejarlas cocinar en el horno no más de 15m. para que no queden secas.