Doce de la noche.
Juno esperaba frente la salchichería Baviera como un buen perro cazador,
con la nariz manteniendo el olor de su presa. Sabía que los viernes, a las
doce, el local cerraba sus puertas y se quedaba un solitario empleado esperando
a que el dueño llegara para recoger la recaudación unos quince minutos más
tarde.
Juno trabajó allí
durante un breve tiempo hasta que lo sorprendieron robando dinero de la caja,
pero antes se había procurado una copia de la llave de la puerta, la guardaba
en el bolsillo derecho de la cazadora. En el izquierdo llevaba una pistola P-
38 de imitación, fabricada antes de que la ley obligara a pintar de naranja la
bocacha de las pistolas falsas. Imposible distinguirla a simple vista de un
arma verdadera.
Los últimos clientes salieron del Baviera. Sólo quedaba en
su interior un muchacho de dieciocho años
de cara franca y expresión confiada. “Mauro, el estudiante de medicina”
Recordó Juno. Mauro estaba depositando sobre el mostrador una gran bandeja de
salchichas congeladas. Aunque las autoridades sanitarias lo prohibían dejaban
fuera las salchichas cuando cerraban para que se descongelaran durante la
noche. Mario se sentó a tomar café y
leer una novela saboreando su taza caliente y la apacible tranquilidad del
restaurante vacío.
Juno miraba fijamente
las puertas del local. Las aceras se veían brillantes y desiertas bajo las
farolas. Cruzó la calle a paso ligero. Dio la vuelta a la llave en la
cerradura. La puerta de la salchichería se abrió con un leve sonido metálico
que repercutió largamente en la calle envuelta en silencio. Juno dirigió con
soltura la pistola hacia Mauro que lo miraba con ojos desorbitados a través de
sus gafas.
-¡Vamos, rápido! – se impacientó Juno-.
¡Dame todo el dinero!
-Sí, ahora mismo…
-dijo Mauro conciliador. Guardó la novela en el bolsillo de su
chaquetilla y se dirigió hacia la caja.
Juno no apartaba la vista de Mauro que pulsaba el botón para abrir la caja registradora. No advirtió que su otra mano agarraba una salchicha de la bandeja -una Wurstel Selva Negra de 21 centímetros, la mayor de todas- mientras Juno se repetía “Rápido, rápido” como una silenciosa oración.
Cogiendo desprevenido a Juno, Mauro le lanzó un fuerte golpe
en la muñeca con la salchicha. Aquel Wurstel congelado tenía la dureza del
acero. Juno, con los ojos desorbitados por el dolor, vio que había dejado caer
la pistola. Cuando se precipitó a recogerla Mauro le asestó un segundo golpe de
Wurstel en el cráneo. El estudiante sabía dónde golpear: en el centro del hueso
frontal. Juno perdió el conocimiento y
se sumergió en una profunda oscuridad.
Mauro salió apresuradamente del local, bajó la persiana
metálica y sacó su móvil:
-¿Policía? Llamo desde el restaurante Baviera. Tengo un asaltante
encerrado. Posible conmoción cerebral. Traigan un equipo médico.
Al día siguiente Mauro comentaba el suceso con sus amigos. “Cuando
el ladrón irrumpió en la salchichería yo estaba leyendo Relatos de lo
inesperado de Roald Dahl en una edición inglesa, la había comprado para
perfeccionar el idioma. En ese momento acababa de leer Cordero asado; un cuento
en el que una mujer asesina a su marido usando como arma una pierna de cordero
congelada. Un buen libro, aunque no me gusta la ilustración de la portada de un
tal Zueras, alias Borgo. “