Antes del verano fui a cenar a casa de una amiga, Montse (psicóloga) su pareja y otra chica, Emma (traductora) Emma nos contó una anécdota de cuando era estudiante y se
ganaba un dinero extra haciendo de payasa en fiestas infantiles a principios de
los 90.
-Era una fiesta de cumpleaños en una casa enorme del barrio
de Pedralbes. Cuando terminé el número se me acercó uno de los padres que vino
sin su mujer - quizás era divorciado- y me ofreció 25.000 de las antiguas
pesetas, como dicen en el telediario, por hacer una función privada.
-¿Una función privada?
-Hablando claro: un kiki rápido en la caseta del jardinero.
Pero lo mejor de todo es que quería que yo fuera tal como estaba: con la peluca
verde, la nariz roja, las medias a rayas y los zapatones.
Montse, que ha publicado un interesante
libro titulado Deseo y fantasías sexuales interviene:
-Leí sobre esto en una revista de psicología. El deseo
sexual hacia los payasos se denomina bozofília.
Ese nombre viene de Bozo, un
popular payaso de la TV americana de los años 50. El disfraz de payaso es una
vestimenta ridícula y algunos hombres al ver una mujer con ese disfraz les
parece propensa a ser humillada y eso a algunos les pone a cien. Por Internet
hay páginas sobre el tema.
Tomamos café frente al ordenador y Montse nos muestra
algunas de esas páginas para bozofílicos. He incluido algunas de las fotos. Hay
muchas mujeres con lencería erótica (y algunos hombres) pero siempre con algún
elemento del disfraz de payaso. También disponen de buzones para contactos.
Montse comenta: "El impulso contrario se llama courofobia. Famosos como
Johnny Deep o Scarlett Johansson admiten que les dan miedo los payasos.
Me zumban los oídos. Alguien se debe estar preguntando:
“¿Pero tu amiga Emma aceptó el dinero o no? Que 25 papeles era un dinero
entonces para un kiki rápido…”
Pues lo siento pero no me lo dijo y no me atreví a
preguntárselo, así que mejor cambio de tema. Dejo los payasos y enseño mi última portada. Chicas: que levante la mano la que NO se haya hecho una foto como esa el pasado verano.
Marc Ribot revisa el clásico de Julio Verne:
Y Melmoth nos ofrece uno de sus contundentes relatos:
RÍMEL
La mujer salió del salón de belleza. Llevaba todo el día al
cuidado de su cuerpo e imagen: gimnasio, peluquería, esteticista, masajes y
barros del Mar Muerto. Caminaba por la calle como una Afrodita sin mitología,
como una Venus deslucida. De repente, se le desprendió el brazo derecho. Cayó
sobre la acera emitiendo un sonido parecido a una broma de mal gusto. Miró a su
alrededor, más avergonzada que temerosa, por si alguien había contemplado el
macabro desprendimiento.
Aceleró el paso como si no hubiese pasado nada. ¡Qué
vergüenza! Su brazo izquierdo cayó al suelo. Siguió mirando a su alrededor. Por
suerte, nadie la miraba. Todo el mundo iba caminando con la mirada vacía hacia
destinos inciertos. A la mujer se le desprendió la pierna izquierda. Estuvo a
punto de caer al suelo. Ahora caminaba dando saltitos hasta que la pierna
derecha abandonó su lugar común, abatida como un soldado en el campo de
batalla. La mujer cayó al suelo y del mismo impacto, su dentadura postiza salió
disparada. Un pie torpe, simiesco, peludo, introducido en un zapato de
ejecutivo le dio sin querer una patada y fue a introducirse en una boca de
alcantarilla. La mujer no paraba de mirar a su alrededor al mismo tiempo que
reptaba por el suelo como un gusano. Por suerte, nadie la miraba, y eso la
consolaba. No habría podido soportar la vergüenza que la vieran en ese
lamentable estado. La cabeza se desprendió del tronco. Otro rápido zapato de
punta brillante la chutó como apartando con desprecio un obstáculo que podría
impedir que fichara a la hora en la oficina. Los ojos de la mujer se
desprendieron de sus cuencas. Cada ojo iba por su cuenta, rebotando en el
asfalto, como canicas arrojadas al suelo por un niño. La mujer podía ver, al
mismo tiempo, un trocito de cielo azul bordeado de rascacielos y un trozo de
pared sucia y húmeda. Quiso parpadear y no pudo. Echó de menos sus alargadas
pestañas rizadas con rímel.
FIN
RECETA: POLLO ASADO DE OTOÑO. Dedicado a Abril del blog El apartamento en París.
Como aquel pollo asado que hacía babear a Carpanta. Mientras el horno se calienta frotar un pollo entero y vaciado con aceite y sal gruesa para que penetre bien en la carne. Introducir en el pollo unas castañas asadas, 1/2 limón, ciruelas (antes escaldadas en coñac) y 1 hoja de laurel. Colocar el pollo en una fuente para asar, rociarlo con el coñac donde hemos hervido las ciruelas y meterlo en el horno a 200º. Ya está, sólo hay que ir rociando el pollo con el jugo que va soltando durante la cocción, 1 hora más o menos. Quería sacarlo entero en la foto pero el olorcillo me impidió esperar más.