martes, 21 de noviembre de 2017

EL HIDEBEHIND (Relato) Y GATO POR LIEBRE (Real)

“El Hidebehind (literalmente “El Escondedetrás”) de la fauna americana siempre está detrás de algo. Por más vueltas que dé un hombre, siempre lo tendrá detrás. Por eso nadie lo ha visto, aunque ha matado y devorado a muchos leñadores.”
(El libro de los seres imaginarios. Jorge Luis Borges )
El último vestigio de civilización en kilómetros a la redonda era una cabaña donde un anciano indio pecquod vendía provisiones. Un trampero de ojos febriles que bebía aguardiente de centeno nos advirtió a mí y a los otros tres leñadores sobre el Hidebehind:
-Yo no lo he visto; nadie lo ha visto… pero le he oído en lo más profundo del bosque. Mata… dicen que mata caballos y hombres.
Pensamos que le habían afectado las largas temporadas de soledad en las montañas.
 Pronto desapareció el primero de nosotros, fue durante la tercera noche.
Al día siguiente oímos el grito desgarrador de un compañero que estaba recogiendo leña. Un rastro de ramas quebradas nos indicó que había sido arrastrado hacia la espesura del bosque pero nadie se atrevió a aventurarse.
Foster, el barbudo escocés, opinó que debía merodear un oso por los alrededores del campamento. Encendimos una gran hoguera y hacíamos turnos de guardia, él con una enorme hacha y yo con un revólver Remington de cuando trabajé como explorador para el ejército durante las guerras indias. Varias veces estuve a punto de proponerle vigilar espalda contra espalda pero supuse que se reiría de mis temores: “Eso del Hidebehind” es un cuento para niños” –me dijo al recordarle  la historia del trampero.
Me despertó el ruido del pesado revólver al caer al suelo. Me había vencido el sueño. Junto al linde del bosque había un hacha. Ni rastro alguno de Foster.
Llevo dos días sin comer ni dormir dándole la espalda a la hoguera para que el Hidebehind no me sorprenda por detrás. La leña se está terminando y el crujido del fuego ha dejado paso al chisporroteo de las brasas.  Percibo una presencia acechante, la sensación es tan viva que incluso me parece notar un aliento nauseabundo y malsano en la nuca.
  Agarro con firmeza el revólver y en dos saltos me sitúo frente a un enorme roble. Giro sobre mí mismo y me dirijo de espaldas hacia el árbol pero no consigo apoyarme en el tronco. Unas garras afiladas clavándose alrededor de mi cuello me confirman que  tengo al Hidebehind atrapado entre mi espalda y el roble. Sitúo el arma  sobre mi hombro derecho  con el cañón apuntando hacia atrás y disparo.
Al volverme en un movimiento súbito veo al Hidebehind aullando de dolor con una herida que borbotea  sangre oscura.  Aún estoy paralizado cuando me destroza la garganta de un zarpazo. Caigo hacia atrás y veo al monstruo correr entre los árboles mientras me envuelven tinieblas.
Semanas más tarde un grupo de cazadores encuentran mis restos. Uno de ellos coge mi revólver y se lo cuelga en el cinto. Cuando se van les grito que miren a sus espaldas, hacia un rastro de sangre –sangre negra y maloliente que hasta los insectos evitan- que se confunde en el interior del bosque; pero es sabido que a los muertos nadie puede oírles.
 Además,  los cazadores siempre están ojeando posibles presas y suelen miran hacia adelante. Casi nunca… detrás.
FIN
MIS CUATRO DIAS DE ANGUSTIA
Martes, 13 de junio 2017
 Mi amigo Ivo el fotógrafo –ya he hablado de él más de una vez en el blog- fuimos una tarde a comer una tapa de callos en un bar donde recordábamos que los hacían buenos. Parecía el mismo lugar de siempre pero ahora estaba regentado por una familia oriental. “Bueno –pensé-, puede que sigan cocinando bien los callos”. Nos sirvieron algo rarísimo. La carne estaba cortada en tiras finas nadando en una salsa con inexplicables cartílagos y garbanzos insípidos del tamaño de balines, ni rastro de chorizo ni picante. Lo probamos. Horrible. Ivo me sujeta la mano donde tengo la cuchara.
-¡No te lo comas, Miquel! Creo que es carne de gato.
-¿Qué dices?!!! ¿Es que has comido gato? –Ivo asiente:
-En la guerra de Yugoslavia, ya sabes que estuve de reportero cuando el asedio de Sarajevo en el 93. Por entonces no quedaba ni un gato callejero. El sabor, la textura… Gato -Ivo coge de su bolsa de viaje  un pequeño tupper de plástico donde suele guardar las diapos y echa dos cucharadas de bazofia dentro -. Conozco a un analista que trabaja en Sanidad. Llevará esto a analizar a un laboratorio y como nos hayan dado de comer gato les caerá un buen paquete.
 En la barra dijimos que aquellos callos –o lo que fuera- eran incomibles y que sólo pagaríamos las dos copas de vino infame que nos habíamos bebido mientras los ojos oblicuos del camarero nos miraban con indiferencia.
Miércoles, 15 de junio 2017
“En tres días me darán el informe”, me había dicho Ivo. Mientras tanto observaba con aprensión a mi gato Jabber. Me parecía leer en sus ojos “Canibal” cuando me miraba.
Viernes, 17 de junio 2017
Por fin apareció el número de Ivo en la pantalla de mi móvil.
-Miquel, la buena noticia es que NO es gato. Tampoco es perro y desde luego no es ternera,  y han descartado la carne humana –Ivo hizo una pausa lúgubre-. La mala noticia es que no tienen claro qué tipo de carne es. Creo que es mejor no preguntar más.
Desde ahora sólo comeré los callos que me preparo en casa. Mirad qué buena pinta tienen con su guindilla, chorizo, morcilla y vino blanco.



jueves, 9 de noviembre de 2017

CINCO DÍAS DE ESPANTO

El spot me salió en Youtube, mientras se cargaba el video principal.
No salió lo de Podrá saltarse el anuncio en…  Duraba 20 segundos, primero, un texto: “Help for Haiti” bajo el logotipo de una conocida ONG. Esperaba las inevitables imágenes de gente desnutrida vagando entre los escombros tras el paso del Huracan Matthew, pero en su lugar apareció un palacete desconchado del periodo colonial francés. La cámara penetró por un pasillo con grietas llenas de musgo y al fondo un niño con rastas sentado en una silla.
Su tez muy oscura parecía iluminada por una sonrisa pero al acercarse el objetivo vi que estaba haciendo muecas, no sonriendo, y que sus ojos parecían carbones encendidos entre su piel negra. Tenía un muñeco en la mano; un muñeco vudú. Acercó una aguja hacia su deshilachada cabeza.
 Bruscamente acabó el spot y tuve un sobresalto cuando al mismo tiempo sonó el teléfono. Al otro lado de la línea una voz infantil dijo:
-Cinco días.
-¿Qué…? –dije, pero ya había colgado.
Dejé pasar cuatro días que se me hicieron interminables y en los que evitaba prudentemente las pantallas y el ordenador.
Al quinto día acudí a la ONG y destiné cien euros para Haití. No pude contenerme y dije a la voluntaria que atendía el mostrador:
-Esa campaña suya tiene muy poco de ético. Usan amenazas.
-“Cinco días” no es una amenaza –replicó.
Pero si no llego a dar… -titubeé- tampoco habría pasado nada, ¿no?
-Vaya a saber –dijo ella encogiéndose de hombros-. Los niños muertos pueden ser temibles.

FIN
MÁS ESPANTOS
Jaume, mi agente para los dibujos, vino a comer hace unos días a mi piso. Mientras troceaba un salmonete dejando al descubierto sus espinas  me contó una extraña historia que le pasó hace unos días en el metro. Jaume tiene tendencia a que le sucedan cosas poco corrientes:
“En la estación de Drassanes se sentó frente a mí un africano que llevaba un enorme fardo atado con cuerdas. Ya sabes, uno de esos vendedores de top manta del puerto. Impresionaba, nunca había visto a nadie de piel tan negra, casi púrpura, con tatuajes cicatrizados a ambos lados de la cara y un curioso collar de huesecillos; sin embargo era él quien me miraba fijamente. Empecé a ponerme nervioso, no porque me sintiera amenazado, es que me contemplaba con una especie de temor sagrado, como si hubiera visto a uno de sus dioses más malignos o qué sé yo.

 “Empezó a sudar, se le veía aterrorizado pero seguía sin apartar sus ojos de mi cara. Estaba a punto de levantarme para cambiar de vagón cuando me fijé que a sus pies se estaba formando un pequeño lago ¡Se estaba meando encima, Miquel!”
¡Joeeer! –exclamé.
“Por fin el metro se detuvo –prosiguió Jaume-, hizo unos extraños signos a un palmo de mis narices, supongo que era una especie de conjuro, se cargó el fardo a la espalda y salió del vagón a toda prisa como si le persiguieran todos los demonios africanos”.
Hice una mueca, no por la historia sino porque sentí que una espina puntiaguda acuchillaba mi boca. No había espina, desde que de niño me clavé una en el paladar comiendo salmonetes siento un pinchazo imaginario al comerlos. ¿Reflejos de Pavlov?
-Vaya historia, Jaume. Oye, si no te importa creo que la pondré en mi blog.
LA COLADA DE MIS VECINOS
Está claro cual es el color preferido de mis vecinos. ¿Serán la Família Addams?


miércoles, 1 de noviembre de 2017

VENTISCA. MI RELATO ARGENTINO

La ventisca llamaba a puertas y ventanas con el violento nerviosismo típico de los vientos del Sur pero nadie tenía ganas de levantarse y abrirle. Éramos tres –Sergio, Juan y yo- tragando arena en una casa rodeada de dunas en General Acha, en La Pampa. Dunas. Dunas de crestas irregulares que parecían amontonadas sobre otras dunas…
 Sentados en unos sillones viejos mojábamos con cervezas el polvo que se nos había quedado en la garganta hasta convertirlo en barro y escuchábamos música, mucha música, sobre todo a Spinetta.
Una noche de julio las cosas empezaron a ir mal y es que la ventisca regresó esa noche antes de lo normal de molestar en otros sitios. Por la ventana, mientras jugábamos a las cartas, la vimos arrasando el tejado y saltando en círculos como una loca.
-Esto acabará mal –murmuró Sergio liando un cigarrillo.
Y entonces la ventisca se cayó de la azotea haciendo añicos el equipo de música. La baraja se desparramó y el humo de los cigarrillos se mezcló con el olor de las cervezas que ella había volcado.  Nos quedamos mirando con ojos entornados la ventisca que yacía en el suelo en medio de aquel desorden ciclónico hasta que Juan dijo:
-No la podemos dejar ahí, metedla en mi habitación.
 Cargamos la ventisca entre los tres de lo mucho que pesaba.
Toda la noche se la pasó la ventisca roncando en el colchón de Juan. Sergio preparó mate y se lo dio a la ventisca. Ella se encontraba mal y había vomitado un poco; una especie de pequeños remolinos de aire comprimido. Era la primera vez que fumaba y bebía y se quedó a dormir con Juan la noche siguiente en lugar de ir a molestar a otro sitio.
Juan habló mucho con ella durante ese tiempo y trabaron una buena amistad, hasta le enseñó a jugar al Truco y nos daba unas palizas de las buenas. Pronto nos acostumbramos a verla jugando a los naipes y bebiendo cerveza antes de retirarse a la habitación de Juan. Resultaba curioso pensar que unas semanas atrás había estado soplando con fuerza y echándonos arena a la cara.
Una mañana, Sergio y yo estábamos en la cocina cebando el mate cuando apareció Juan. Tenía una expresión atónita.
-Hace un mes que a Ventisca no le viene la regla –anunció.

FIN
EL POMBERO, UN DUENDE GORRÓN
Dicen que quienes se encuentran con el temible Wendigo pierden su alma, la irlandesa Juanita Dientesverdes se come a los niños y el yeti sigue haciéndose el escurridizo. Entre los seres fantásticos un caso especial es el Pombero, el desdichado que paseando por la selva del norte de Argentina se cruce en su camino éste le pedirá tabaco negro. Esto es lo que hace el Pombero, algo tan familiar como gorrear tabaco. Eso sí, quien no se lo dé sufrirá las consecuencias: su ganado se dispersará, los muebles se estrellarán contra las ventanas y el Pombero se le aparecerá en mitad de la noche con la forma de un asno sin cabeza.
En la película "Embrujada" (1969) el Pombero se topa nada menos que con Isabel Sarli -actriz apodada la 135 por su talla de sujetador- y se entregan a los placeres carnales. Supongo que una vez consumado el acto el Pombero jadeante le susurra al oido a Sarli:
-¿No tendrás un cigarrito? Ahora me apetece mucho.
ESCALOPA MILANESA A LA NAPOLITANA
 A pesar de su nombre no tiene origen italiano sino argentino, podríamos dedir que es como una pizza con base de carne en lugar de pan, cubierta de salsa de tomate y queso. Como no tengo a mano ningún dibujo de escalopas he puesto mi última portada para una novela argentina. 
Salpimenta  los filetes y los introduces  en huevo batido, a continuación pasa por pan rallado.
Fríe en abundante aceite caliente pero no los hagas demasiado, ya que se cocinará luego unos minutos en el horno.
Coloca en la bandeja del horno, con papel de hornear debajo mejor, y cubre con salsa de tomate.
A continuación amolda al tamaño del filete, lonchas de jamón cocido y por encima queso rallado a tu gusto.
Por último, un toque de orégano e introduce en el horno precalentado a 200º Deja que gratine y listo.
Se suelen acompañar con patatas fritas.