-Cuidado con los espantapájaros esta noche - les advirtieron
en la posada a Mia y Mara.
Las dos amigas habían decidido pernoctar en un pueblecito
centroeuropeo de camino a Dubrovnik. Ese pueblo diminuto y remoto sólo
resultaba interesante una noche al año.
"La última noche de agosto -decían las guías
turísticas- la gente del pueblo traspasa a sus espantapájaros todo el mal que
pueda haber entre ellos por medio de un antiguo ritual. Luego se encierran en
sus casas hasta el alba, pues esa noche no sale nadie exceptuando a los
espantapájaros según los pueblerinos."
Mia y Mara pasaron la tarde contemplando a los lugareños que
recorrían los cultivos en procesión.
Habian cuatro andrajosos espantapájaros, no más, figuras tristes
inclinadas sobre los campos dorados. Unos ancianos entonaron extrañas
canciones, luego el silencio cayó sobre la multitud y todos se precipitaron
hacia el pueblo. Antes Mia se volvió a mirar a los espantapájaros. Se veían
inquietantes bajo la luz del crepúsculo, como si sus rostros inexpresivos
esperasen ansiosos la llegada de la noche.
A las dos turistas les pareció que la posada tenía ahora un
aspecto distinto, sobrecogedor. Pronto oyeron correr un pesado cerrojo a sus
espaldas.
En su cuarto,
avanzada la noche, Mia oyó a Mara quejarse de un olor desagradable, un relente
a establo y humedad. Mara le propuso salir fuera a fumar un cigarrillo pero Mia
fingía estar dormida.
Cuidado con los espantapájaros esta noche...
La inquieta Mara no podía soportar tanta ociosidad. Se
levantó de la cama con un estrépito de muelles, luego Mia escuchó sus pasos al
abandonar la habitación y por último el chirrido del cerrojo.
Mara fumaba un cigarrillo recostada en una pared de piedra
bajo la vacilante luz de un farol. Aquel instante se llenaba de un estremecimiento
invisible de sutiles alientos. Todas las sombras, todos los bellos fantasmas.
Una silueta surgió detrás de ella y la agarró por el cuello.
-¡Suéltame! -gritó Mara.
Pero lo que fuera que la había levantado en vilo acababa de
hacerse invisible y, para el resto del mundo, desaparecieron en la oscuridad.
Cuando Mara regresó al alba todos estaban esperándola.
-¿Estás bien? -le preguntó Mia que no había podido conciliar
el sueño.
-Claro que estoy bien -respondió Mara.
Entonces ¿por qué tenía el cabello desordenado? ¿Y esos
hematomas en el cuello? ¿Y su expresión ausente?
Mia sintió una culpa no expresada. El alegre sentimiento que
había animado el viaje parecía haberse esfumado. Decidieron regresar a casa. No
volvieron a verse hasta...
Doce años después. Mia estaba segura de haber visto antes a
esa mujer ante la escuela, separada del rebaño de mamás que esperaban para
recoger a sus hijos el primer día de curso.
-¿Eres Mara, verdad?
Se separó un tanto y sus ojos parecieron vacilar.
-Sí... y tú eres Mia. Apenas has cambiado -Su voz era fría,
con una nota discordante de dureza.
-¿También esperas a tu hijo? -preguntó Mia y en ese momento
sonó la campana. Todos los niños se precipitaron hacia la verja.
-Sí, allí está...
Mara señaló a un niño alto, huesudo, con ojos brillantes.
Los trigueños mechones de su cabello eran tiesos y sobresalían de su cabeza
como si fueran de paja.
-¡Ese niño parece... -susurró Mia.
Como si leyera sus pensamientos el niño se la quedó mirando
maliciosamente. Extendió los brazos hacia los costados con las manos colgando
fláccidas. Ladeó la cabeza y soltó una estridente carcajada.
- ...parece un espantapájaros!!!
FIN
PROBLEMILLAS DE CENSURA
"¿Qué le hace pensar que su marido le ha sido infiel?" Los ingleses me rechazaron el chiste alegando que MAYDAY es una revista familiar y no pueden aparecer cigarrillos. Luego me lo dejaron pasar a cambio de suprimir el humo para que no parezcan encendidos. ¡La pera!
Los días 1 y 2 de noviembre estaré en Pratdip (Tarragona) un pueblo famoso por su leyenda de los perros-vampiro, incluso aparece uno en el escudo del pueblo. La cosa promete: mercado medieval con productos mágicos, Pasaje del terror... y hasta un concurso de gritos. ¿Alguien se apunta?
¡Feliz Halloween!