jueves, 21 de enero de 2010

VERGUENZA


Cuando se despertó ella no estaba. En la cocina ha encontrado una nota pegada a la nevera que decía: “Te tendría que caer la cara de vergüenza”. De entrada, ha notado como las mejillas le tensaban misteriosamente la piel. Se ha fregado el rostro intentando detener las convulsiones faciales. No podía. Se ha asustado al notar que la cara le caía sobre las manos, con una expresión blanda, deformada y repugnante. No podía gritar porque no tenía labios, ni nariz, ni frente. Ha dejado caer lo que tenía en las manos y la máscara se ha esparcido por el suelo como una pizza de plastilina. Ha reconocido en aquella masa viscosa una expresión de inquietud que le era familiar. Se le han caído los ojos. Se ha levantado dificultosamente y se ha dirigido a ciegas hacia el comedor. Estaba decidido. Aunque tuviera que registrar la casa palmo a palmo, descubriría donde le habían escondido la botella de ginebra.
(“Te habría de caer la cara de vergüenza” de Sergi Pàmies, 1986)

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