lunes, 21 de febrero de 2011
BARBERÍA BROSSET, 1944
Durante cuatro años todos los jueves entraba en mi barbería el mayor Stuermer, jefe de las fuerzas de ocupación de la zona, para recortarse el cabello. Ocho centímetros reglamentarios en la parte frontal y rasurado en las sienes y nuca. Una mañana de junio me indicó que se lo dejara más corto que de costumbre pues se iba con su unidad a Normandía. Le esperaba una larga temporada llevando casco de acero y el calor apretaba. Apliqué mi rigor profesional para disimular la incipiente alopecia de su coronilla. Desde ese día nunca más volví a ver a Stuermer.
Un día de finales de julio a la hora de comer –cuando no suele haber nadie en la barbería- entró Bouvet muy nervioso y cargado con dos maletas. Bouvet era un colaboracionista que hasta se había dejado crecer un bigotillo igual al de Hitler. Me pidió que se lo afeitara. Cuando terminé me pagó con un paquete de cigarrillos –ya casi no circulaban los Reichmarks- y se fue apresuradamente. Tampoco he vuelto a ver a Bouvet desde entonces.
Una bochornosa tarde de mediados de agosto se presentaron tres hombres armados con mausers y portando brazaletes con la Cruz de Lorena.
-Coge tus instrumentos –me dijo uno que, pese al calor, llevaba chaqueta de cuero- .Te esperan cuatro señoritas.
-No trabajo con mujeres –respondí-, esto es una barbería para caballeros…
Se rieron de buena gana y me dijeron que no importaba, que cogiera lo que necesitara y que les acompañara a la plaza mayor.
En un banco del centro de la plaza había cuatro jóvenes sentadas con las cabezas gachas. Una multitud a su alrededor las increpaba.
-Colaboracionismo horizontal -me dijo el hombre de la chaqueta de cuero-. Se han acostado con boches.
Dadas las circunstancias no realicé un mal trabajo. Primero las tijeras, luego la maquinilla. En plena tarea, un corresponsal americano me hizo una foto. Me fijé en el nombre que llevaba sobre el bolsillo derecho de su guerrera: Robert Capa. Después juntaron todos los cabellos en un montón como quien barre hojas secas y les prendieron fuego. Un olor acre se extendió por el pueblo.
Por la noche me serví un rebosante vaso de calvados y me senté frente al gran espejo del comedor. Miré hacia mi reflejo y dije: “El Tribunal de Responsabilidades declara abierta la sesión”. Un juicio en el que yo era fiscal y defensor. Todo era confuso. Acababa de prestar mi único servicio a la Resistencia rapando a cuatro muchachas pero antes me había pasado cuatro años cortando con esmero el pelo a Stuermer y había ayudado a escapar a un colaboracionista. Pronto dictaminé el fallo: era un caso de capilaridad consecuente.
A la mañana siguiente, cuando abrí la barbería, soplaba un fuerte mistral. El cabello se arremolinaba sobre el lado izquierdo de mi frente. La parte derecha de mi cabeza –y la zona correspondiente al bigote- estaba completamente afeitada.
Amigo no hay más lealtad que la que se debe uno a si mismo. Me viene a la memoria la película "Triple Cross, la verdadera historia de Eddie Chapman" con Christopher Plummer interpretando a un antiguo ladrón de cajas de caudales que se convierte en doble espía, tanto para las fuerzas del eje como para los aliados. Al final, cuando le preguntan de que bando era realmente, guarda silencio mientras se mira en el espejo.
ResponderEliminarInteresante e intrigante relato, amigo Miquel. Un placer pasar por tu casa.
ResponderEliminarHola, Cahiers. Recuerdo perfectamente esa escena cuando está en una taberna con su superior celebrando el final de la guerra. Qué bien estaban aquí Yul Brinner y Gert Frobe. No está mal lo de ser espía doble (como "Garbo") claro que el riesgo es doble. Saludos. Borgo.
ResponderEliminarGracias, Marcos, también es un gran placer pasar por la tuya. Me ha gustado lo de "intrigante", suena bien. Saludos. Borgo.
ResponderEliminarA fin de cuentas no había hecho otra cosa que ejercer su oficio... no hay nada que objetar a las circunstancias jejeje
ResponderEliminarBuen relato Miquel
Un saludo
Gracias, Alimaña. Supongo que el hombre podría también haber dicho aquello de. "pelillos a la mar"... Saludos. Borgo.
ResponderEliminarUn barbero es un barbero y el cliente siempre tiene la razón.
ResponderEliminarSaludos.
"La Razón", quería decir. El periódico, claro.
ResponderEliminarSaludos.
Hola, Licantropunk. Mi barbero (es una gozada dejarse afeitar con navaja por un barbero de vez en cuando) es una "rara avis" porque sólo tiene el National Geographic. Ah, y también el Marca y el Sport para conservar a las dos facciones de clientes. Borgo.
ResponderEliminarBuena historia y muy bien contada. Y me ha gustado el detalle de Robert Capa.
ResponderEliminarGracias, Clementine. La verdad es que me dió la idea una foto de Capa en la que se veían unas mujeres con la cabeza rapada en el París de 1944. Pensé en contar una historia de guerra desde un punto de vista "capilar". Borgo.
ResponderEliminarBuenas Miquel
ResponderEliminarUn par de apuntes cinéfilos: en "El ejército de las Sombras", el "resistente" Lino Ventura escapa de los alemanes refugiándose en una barberia.
Y otro, este relato que has posteado me trae a la cabeza inmediatamente la historia que Louis Malle contó en Lacombe Lucien.
Saludos
Hola, Von Kleist, bienvenido por aquí. Es cierto, hace mucho que vi "El ejercito de las sombras" y ahora recuerdo esa escena. Creo que el barbero no quiere cobrarle cuando al darse cuenta de que se esconde de los alemanes si mal no recuerdo.
ResponderEliminarSí que tenía muy presente el paisaje de "Lacombe Lucien" -gran película- un pueblo del sur francés durante la ocupación. Me alegra ver que también lo has relacionado. Saludos. Borgo.
Un relato buenísimo, borgo. Buenísimo. Un buen tarro de WWII concentrada.
ResponderEliminarMuchas gracias, Mr.Lombreeze. La WWII con pocos pelos en la lengua. Saludos. Borgo.
ResponderEliminarMe estaba acordado que vi un letrero en una peluquería hace tiempo que decia: "Aquí cortamos el pelo que parece mentira", jaja, qué naturalidad, verdad?
ResponderEliminarMuy chula la historia, no la había leído aún. Besitos