Es casi la una de la madrugada cuando suena el teléfono. Su voz parece pasada por un tamiz de alcohol: “
Lo he pensado mejor. Eres un egoísta indeseable que no piensa más que en sí mismo. Adiós para siempre”. Clac. Me dirijo hacia la mesa preparada desde las nueve para una cena de reconciliación con velas incluidas. Abro una botella de vino, enciendo una vela y acerco un cigarrillo a la llama. Permanezco en silencio observando una ascendente espiral de humo azulado. “
Egoísta indeseable…” –chasqueo la lengua-. Observo la mesa dispuesta y pienso en voz alta:
-Ahora me tendré que calentar la cena.
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