
Con su séptima esposa se comportó de la forma acostumbrada. Le dio sus instrucciones, le entregó el manojo de llaves –incluida la grande, la de color azul- y se marchó solo cabalgando.
Cuando regresó cuatro semanas más tarde la casa estaba limpia, los suelos encerados y la puerta de la habitación no había sido abierta. La habitación del ala oeste del caserón,la que se abría con la llave grande y azul… Barba Azul no salía de su asombro.
-Pero, ¿no sentías curiosidad? –le preguntó a su esposa.
-No –respondió ella.
-¿Pero no deseabas conocer mis secretos más íntimos?
-¿Y por qué? –replicó su mujer.
-Bueno… es lo normal. ¿No deseabas saber quién soy yo en realidad?
La mujer rió.
-Pero… ¿Quién vas a ser? ¡Eres Barba Azul, mi esposo!
-Pero la habitación… ¿no tenías curiosidad por saber lo que hay en su interior?
La mujer se puso repentinamente seria:
-Cariño, creo que eso sería invadir tu intimidad. Estás en tu perfecto derecho a poseer una habitación privada.
Barba Azul se irritó de tal manera que la mató al instante.
En el juicio alegó provocación.
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