martes, 14 de julio de 2009
CUENTOS ALREDEDOR DE UNA MESA DE PÓQUER
El guionista bilbaíno Juan Bas publicó en 1999 un fascinante libro titulado La taberna de los 3 monos con el nexo común del póker en sus quince relatos. Mi preferido es Pierna de cordero a la menta quizás por su tono cercano al Club de los suicidas de Stevenson:
Tras el descarte, Godfrey subió la apuesta un par de francos, dio un largo trago a su cerveza stout y esperó la reacción de sus cuatro distinguidos compañeros de póquer.
Bavette, la mítica chef del Café Anglais, vio los dos francos, añadió otro y engulló un sorbo de su copa de Armagnac.
Eustace, director de los fogones del prestigioso La Tour D´Argent igualó los tres francos y se sirvió más champagne Roeder.
Y por último el gran Émile Zola, que acababa de publicar Germinal con gran éxito, se limitó también a poner tres francos tras sorber una ostra de su tercera docena.
Godfrey estudió a los tres contrincantes de esa mano. Jugueteó con sus fichas para sembrar duda y dijo:
-Veo este franco y subo otros… cinco francos.
Los dos cocineros y el escritor se retiraron con displicencia y Godfrey se llevó el dinero con una sonrisa. Por tercera vez en la noche había vuelto a engañarles de farol. Godfrey se sentía feliz. Aquella invitación por primera vez a sus exclusivas timbas de póquer suponía la aceptación definitiva entre lo más selecto del París gastronómico solo un año después de abrir su restaurante: el Weasel.
La aventura parecía ir viento en popa, el Weasel –estandarte de la más vanguardista cocina británica- se puso de moda entre los intelectuales y artistas bohemios de París (Proust y Lautrec entre ellos) que celebraban las especialidades de la casa como la pierna de cordero inglés criado con pastos de Winchester a la salsa de menta. Godfrey ya se había templado jugando al póquer en las tabernas del East End, así que no le importaba desplumar a sus tres pésimos -y antipáticos- compañeros de timba y menos si eso serviría para promocionar su local.
Celebraban sus partidas bimensuales en las cocinas de La Tour D´Argent a esa hora cerrado por cortesía de Eustace.
-Creo que me corresponde repartir a mí –dijo Godney después de haber ganado otra mano-. Por cierto, señores, quisiera expresarles lo feliz que me siento por su invitación de esta noche proponiendo un brindis…
-Cállese, no se muestre aún más majadero de lo que es –le espetó Bavette bruscamente.
El cocinero inglés se quedó petrificado. Los tres franceses le observaban con expresión grave y curiosidad de entomólogos.
-Perdón, madame… No comprendo…
-Lógico, usted no entiende nada –añadió Babette y se dirigió a Zola-: ¿Qué hora es, Émile?
-Van a dar las dos. Sí, ya ha pasado suficiente tiempo…-farfulló enigmáticamente el escritor consultando su reloj de bolsillo.
-Monsieur Godfrey –atajó Babette-. Esto no es una amigable partida de póquer sino un tribunal gastronómico encargado de salvar París de lacras como usted.
-Señores, ¿qué tribunal? ¿De qué me hablan? –preguntó Godfrey desconcertado.
-Yo acuso-dijo Zola- del complot de su obscena cocina inglesa contra el ciudadano de París.
-De hervir la carne de puerco –añadió Eustace- y servirla con mostaza acompañada de ese brebaje bárbaro, la cerveza, y encima caliente.
-Un cocinero honrado no cobra dinero por el cordero con salsa de menta: lo que debe es pagar por ello –sentenció Babette. Y luego añadió lúgubremente: -¡Y usted mismo se ha aplicado la sentencia!
-¿Qué sentencia? - gritó Godfrey sintiendo la primera punzada fuerte en el estómago -¡Están locos!
-Nuestros informadores nos habían revelado su repugnante costumbre de chuparse los dedos para abrir mejor el abanico de cartas cuando juega al póquer –anunció Eustace-. En breves minutos estará usted muerto.
-Una simple versión de las páginas del libro envenenadas del célebre cuento de las mil y una noches –puso la nota culta Zola.
Godfrey les ofreció un último espectáculo desagradable al echar espumarajos por la boca antes de desplomarse de su asiento. La experiencia en el caso del cocinero belga que había precedido al británico aconsejó a los cuatro justicieros gastronómicos a emplear una dosis inferior de dolorosa estricnina.
Poco después aparecieron dos patibularios sicarios que metieron el cuerpo del inglés en un saco y lo hicieron desaparecer, lastrado con piedras, en las aguas del Sena.
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