viernes, 30 de mayo de 2014

LA GUERRA DEL FÚTBOL

Posiblemente el  suceso más estrambótico de la historia del fútbol: se cumplen 45 años de la llamada Guerra del Fútbol o Guerra de las 100 horas entre El Salvador y Honduras.

1969. Las selecciones de ambos países se enfrentaban en un partido valedero para el Mundial de México -70 en un momento de máxima tensión a causa de la expulsión masiva de campesinos salvadoreños por parte de Honduras. El partido de ida lo ganaron los hondureños por 1-0. Una hincha salvadoreña se suicidó de un disparo cuando se produjo el gol. Su funeral se retransmitió por TV caldeando aún más la situación. Cuando la selección de Honduras llegó a El Salvador para jugar el partido de vuelta su autobús fue tiroteado. Los jugadores hondureños comían en su embajada por temor a ser envenenados y acudieron al campo en carros blindados. El partido se saldó con victoria salvadoreña por 3-0. Honduras aún tenía que jugar un encuentro en Haití (el entrenador hondureño expulsó a patadas del campo a un brujo haitiano que hacía pases vudú a los jugadores durante los entrenamientos) pero ese partido ya no se disputaría pues el gobierno militar salvadoreño, aprovechando el enrarecido clima aumentado por el partido, ordenó a su ejército invadir Honduras. Un alto el fuego negociado puso fin a una guerra de seis días con un saldo de 5.000 muertos.
Los gobiernos de Honduras y Salvador preparan una cena navideña de reconciliación para excombatientes de ambos países. Teniendo en cuenta que la guerra solo duró 100 horas, si empiezan a contar batallitas en los entremeses, habrán terminado al llegar al segundo plato.
LAS IBÉRICAS F.C.
 Mientras tanto en España se estrenaba la muy casposa película Las Ibéricas FC (1971) El título es el de un equipo de fútbol femenino, “una delantera de primera división” –como dice la voz en off del vídeo- con jugadoras que se llaman Piluca, Chelo, Menchu y Julita.
Recomiendo ver el intro de la película que no tiene desperdicio, y atentos a la letra de su tema principal: “Once chicas, once sueños, once lindos minishorts. Once chicas decididas a llegar con el balón hasta el fondo de las mallas en el marco del amor.” Eso sí: la película fue en su momento un taquillazo que atrajo a millón y medio de espectadores. Quizás porque como decía su director, guionista y productor Pedro Masó: “Mucha gente quería ver si al final de los partidos las jugadoras se cambiaban las camisetas”. Angelitos…

Supongo que la mayoría conocen ese vídeo que es de los más visitados en youtube pero por si acaso alguien no lo ha visto…
Ha creado polémica por presentar a Homer como un arbitro al que un jugador de La Roja intenta sobornar. Bueno, ha sido oportuno hablar de todo esto en vísperas del Mundial 2014.
Y LA PORTADA MÁS DIFÍCIL QUE ME HA TOCADO
...y es que, a ver ¿cómo hago una portada sobre un círculo que se enamora de un cuadrado en un país de dos dimensiones?

 Al final me ha sacado del apuro un juguete de mi infancia, una caja con un bote de tinta que se derrama sobre una pantalla formando filigranas.



viernes, 23 de mayo de 2014

REACCIÓN IMPULSIVA

Un amigo mío exponía sus cuadros en un bar musical del barrio de Gràcia, de esos con cromados y mucho cuero rojo. Hacia las tres de la madrugada decidí salir a tomar el fresco. Quedaba algo de niebla en el aire y empezó a lloviznar, notaba las hojas caídas que patinaban bajo mis suelas, y en ese momento una chica salió del bar como un vendaval de tintineantes pulseras. Llevaba un chaquetón precioso, negro ala de cuervo, que se veía azulado bajo el rótulo luminoso de la entrada. “Bonito chaquetón”, pensé mientras la veía avanzar titubeante hacia los coches aparcados; estaba claro que había bebido  mucho.
No me había visto. Se puso en cuclillas entre dos coches, se bajó los panties y las bragas y se oyó un ruidito suave y cadencioso, como el discurrir de un riachuelo. El charco que se agrandaba entre sus pies estaba a punto de alcanzar los faldones de aquel chaquetón tan elegante que rozaba el suelo. Fue entonces cuando mi brazo actuó antes que mi cerebro –creo que lo llaman reacción impulsiva-: agarré un extremo del chaquetón y lo sujeté en alto, un segundo antes de que se manchara.
 Fue entonces cuando reparé en lo absurdo de la situación. Yo allí parado, sujetando el chaquetón de una desconocida mientras aliviaba su vejiga. “¿Y si tiene novio y ahora sale por la puerta?”, me pregunté. “¿Me creerá si le digo que mis intenciones eran buenas? ¿Qué sólo quería evitar que manchara una prenda tan bonita?” Dejé de cavilar cuando noté que se me estaban empapando los zapatos. Aquella chica debía haber bebido suficiente cerveza como para bañar un elefante.
La chica se volvió de repente y me miró bizqueando. Tenía ojos de pequinés, incisivos y saltones. Estaba buscando qué decir, pero ella se anticipó:
-¿Ti-tienes un kleenex?
Le alargué un kleenex. Solté el chaquetón y aparté pudorosamente la mirada mientras su cuerpo se contorsionaba al subirse los panties y ajustarse la falda. Sentí que me agarraba la muñeca derecha, tiró de mi mano y me puso el kleenex en la palma.
-A ca-cada uno lo suyo –balbuceó. Se fue calle abajo, con los faldones del negro chaquetón, ahora reluciente por la lluvia, aleteando. Parecía una mantarraya alejándose.
“Un precioso chaquetón”, pensé. Entonces advertí que aún tenía el kleenex en la mano y lo arrojé a una papelera. Ya había hecho mi buena obra del día… o de la noche.

Mi última portada es para una novela sobre la Llorona, una conocida leyenda mejicana. Creo que recuerda un poco a El grito de Munch. Hace tiempo escribí un relato sobre este personaje donde, por cierto, también aparece un kleenex:
LA VISITA DE LA LLORONA (Relato)
Tenía que enviar el dibujo para una portada a primera hora del día siguiente. Aún seguía  trabajando ya muy entrada la noche cuando irrumpió la llorona en mi habitación.
Me quedé helado. No podía mover un solo musculo viendo a aquel espectro totalmente vestido de blanco profiriendo horribles gritos y alaridos -¡Aaaaay, mis hijooos!!!- gemía. Una cascada de lágrimas fantasmales brotaba de las negras cuencas de sus ojos.
De repente la habitación quedó mágicamente vacía. Repleta, eso sí, de ecos de llantos e infinitas ausencias  todavía presentes.
Hablando de ausencias: se ha llevado mi paquete de kleenex.


viernes, 16 de mayo de 2014

LOS SEDICIOSOS SARNOSOS

Ha sido un gran placer encargarme de esta invitación. El primer encuentro de los Sediciosos Sarnosos en treinta años.

Junio, 1984, en el comedor de un cuartel de Ceuta. Llevábamos días recibiendo unas raciones ínfimas. Había sido un día tenso y se produjo un tumulto. No sé muy bien cómo empezó pero sí como acabó, todo fue un poco extraño: entraron en el comedor el oficial de guardia con un grupo de soldados armados. El oficial señaló una mesa: “¡Vosotros seis, quedáis arrestados por sedición!”.
Entonces supe el significado de la palabra sedición, viene de seis. En caso de alboroto, un mando elige al azar una banqueta de seis personas y éstos se comen el marrón. A mí, Chema, Fran, El Córdoba, Chus y Marcos nos había tocado la lotería.
 Nos castigaron con un mes de calabozo. De lunes a viernes trabajaríamos en un vertedero abriendo caminos a pico y pala para los camiones recogedores. La llegada al vertedero, en un jeep de la policía militar, fue muy surrealista: en medio de un desolado páramo  lleno de desperdicios nos esperaba un brigada vestido con impecable sahariana color caqui, flamante correaje ceñido en diagonal sobre el pecho y botas altas. Parecía tan fuera de lugar como un Madelman en un pesebre navideño.  Se oía un tango –El día que me quieras-  por un altavoz que colgaba de un poste erguido ante la silueta fantasmal del Peñón. 
“Seguidme, muchachos”, nos dijo el suboficial que se llamaba Peña.  Un hombre singular que tenía su santuario en un cobertizo repleto de discos de 45 revoluciones que sonaban por el altavoz. En lugar de fanfarrias militares ponía zarzuelas, tangos, coplas, rancheras y algún mambo.
Oscurecía. Peña nos llevó hasta un sombrío barracón donde pasamos la noche pero todos nos despertamos mucho antes del toque de diana rascándonos furiosamente.  Por todo el cuerpo nos  florecían sarpullidos que producían un picor insoportable. Al día siguiente nos examinó un alférez médico: “Habéis pillado la sarna”, y lo dijo canturreando, el jodido.  “Debía estar en los colchones”. Ahora ya ha quedado claro lo de sediciosos y sarnosos.
 Del Hospital Militar nos trajeron una pomada de azufre que nos dejaba el cuerpo teñido de amarillo, de cuello para abajo, como los personajes de los Simpson.  Llevábamos monos de trabajo pues había que hervir nuestros uniformes y dejarlos tendidos varios días en espera de que todos los bichitos que vivieron en ellos murieran.
El trabajo en el vertedero no era agradable con aquel hedor, mezclado con el viento del Sáhara que traía aromas de los mugrientos rebaños de las kábilas. Peña nos custodiaba –más o menos- sentado en una silla de tijera. De vez en cuando arrojaba un pedrusco a alguna rata, solían ser grandes como conejos, o se dirigía a su cobertizo para poner un disco. A veces mostraba un humor algo retorcido cuando, al terminar la jornada, dejábamos los picos y palas en el barracón mientras sonaba por el altavoz  HI HO, HI HO, a casa a descansar, de la película Blancanieves.
Terminé haciéndome amigo, o algo parecido, del brigada Peña. Teníamos aficiones comunes, como los cómics de terror. “En mi cobertizo tengo la mayor colección de Vampus y Dossier Negro del Norte de África”, decía orgulloso. Pasé buenos ratos en aquel cubil –un lugar amable en aquella isla yerma rodeada de basura- hojeando sus cómics y bebiendo coñac. Un día encontré un bonito estuche color caoba repleto de discos de Edith Piaf. “Eran de una novia marsellesa que tuve”, la voz ronca de Peña temblaba, pese a su tosco aspecto era un sentimental. Se oyó el crepitar de un disco cuando puso la aguja sobre el vinilo. No he vuelto a escuchar ese sonido desde entonces.
 La semana antes de cumplir nuestra condena me dijo: “Elige un disco, lo pondré en el momento en que os vayáis”. Ya digo, un sentimental. Saqué un disco del estuche: “¡Este, mi brigada!”. Era Non, je ne regrette rien, de Edith Piaf.
Unos nubarrones color vino se cernían sobre las aguas del Estrecho. El brigada Peña nos estrechó la mano uno por uno. Edith Piaf se desgañitaba en el altavoz: “Non, rien, de rien… je ne regrette rien!” Notas intencionadas y amargas que se diluían en un acorde sofocado y   dulce.
Dudo que el brigada supiera que Je ne regrette rien significa “No me arrepiento de nada”, aunque en caso contrario, no creo que le importase demasiado.
Dedicado al brigada peña y a los Sediciosos Sarnosos, con cariño.
Esa foto es de poco después, en unas maniobras: 1-Chus, 2-Yo, 3-El Córdoba, 4-Marcos, 5-Fran. Chema fue el que hizo la foto.
Me vendrá bien el cambio de aires del día siete, y es que en casa tengo últimamente algunos fenómenos inexplicables:


  

jueves, 8 de mayo de 2014

BORGO CUMPLE CINCO AÑOS

 ¡Borgo cumple cinco! Pensé en escribir un poema pero este número tiene mala rima. He decidido conmemorar el evento poniéndome mis mejores galas. El pajarraco se resistía a salir en la foto y me ha birlado el ojo izquierdo de un picotazo -Cría cuervos...- por eso salgo con esa pinta de Popeye.
También se han desplazado a Borgo el grupo Alfredo y los Birds (aquí vemos a Alfredo con su batería) amenizando la velada con su repertorio yeyé-neo punk-industrial.
Quién me lo iba a decir... Ha llovido desde el día que decidí dejar de dar la brasa a mis por entonces compañeros de piso y buscar un rincon donde contar mis historias y publicar algunos dibujos; pensé que sería un capricho de cuatro días. Muchas gracias, de corazón, por haber dado vida al blog con vuestros comentarios, opiniones, simplemente pasando por aquí... y muy especialmente por tantas experiencias que me habéis dejado compartir. Gracias a todos y todas.
¿Alguien recuerda al setentero Ballet Zoom? Aquí los dejo con su célebre tema Soul Dracula (aunque más bien recuerda a Soul Blakula) subtitulado Terror en la discoteca. Que lo disfruten.